Nueva York. AFP. Naciones Unidas aplazó indefinidamente una reunión de diálogo entre las partes en conflicto en Libia, prevista para ayer, sin que se fijara una nueva fecha, dijo su vocero Stephane Dujarric.
La postergación evidencia el caos que prevalece en el país, ante el cual las grandes potencias y los países de la región tienen pocas opciones: acciones militares limitadas y búsqueda de una solución política, sumamente hipotética.
Francia, en primera línea a raíz de su presencia militar en el Sahel, lanza alarmas desde hace meses, seguida por países de la región, como Níger o Chad, que instan a una intervención extranjera.
Pero el presidente francés, François Hollande, descartó ayer una intervención, señalando que para ello se necesitaría “un mandato claro y condiciones políticas” en Trípoli, lo que no es el caso.
“Francia no intervendrá en Libia, porque corresponde a la comunidad internacional asumir sus responsabilidades, y por el momento debe actuar para hacer posible un diálogo político y que se restablezca el orden”, dijo Hollande.
Tres años después de la caída del régimen de Muamar Gadafi, el país se hunde cada día más, al compás de enfrentamientos entre milicias tribales que se disputan el poder y control del petróleo, y el avance islamista.
“Occidente se ha concentrado en Siria e Irak, pero Libia es una amenaza mayor, en particular para el sur de Europa”, estima Richard Cochrane, analista del instituto de estudios estratégicos IHS de Londres.
Onda expansiva. Para los europeos, la onda expansiva libia tiene dos caras: los emigrantes que llegan desde las costas libias en medio del absoluto desorden, con su cortejo de dramas humanos en el Mediterráneo, y los santuarios yihadistas que aparecen en el sur libio y amenazan todo el Sahel.
Actualmente, 10.000 emigrantes llegan de Libia cada mes.
A ello se agrega la amenaza del grupo Estado Islámico, que instaló campos de entrenamiento en el este de Libia, aunque este fenómeno es por ahora “naciente”, según el general David Rodríguez, jefe del comando del Ejército estadounidense en África.
Sin embargo, nadie parece querer precipitarse para enviar aeronaves de combate a Libia, como en el 2011, porque tras la caída de Gadafi la comunidad internacional dio una imagen de impotencia y de falta de visión.
“En vista de los actuales enfrentamientos en el país y de las tensiones regionales, una implicación de la Alianza Atlántica solo podría llevar a un desastre suplementario y a alimentar un poco más el yihadismo internacional”, sostiene Günter Meyer, experto en temas árabes de la universidad alemana de Maguncia.
Argelia, actor clave de la región, se opone tajantemente a toda intervención por temor a que la amenaza islamista se repliegue hacia sus fronteras.
El problema es que no está claro qué solución política es posible en un país en el que las posiciones se radicalizan día a día y en el que cada campo esperar vencer.
“La solución es una unión nacional a través de los dirigentes de tribus. Se puede ser pesimista cuando se ve la situación en el terreno, pero es legítimo dar tiempo al proceso político”, opinó una fuente diplomática francesa.
Naciones Unidas trata, sin éxito, de llevar a los beligerantes a la mesa de negociaciones y ahora no hay fecha para reunirse.
Paralelamente, algunos países juegan su propia carta apoyando militarmente a uno u otro campo. Tal es el caso de Egipto, ya confrontado al yihadismo en el Sinaí y que asiste con gran preocupación al avance de los islamistas en el país vecino. Tal es el caso asimismo de los Emiratos Árabes y de Catar.
Francia, que está instalando una base militar en Níger cerca de la frontera libia , podría realizar algunas operaciones limitadas en el sur del país.
“En el sur de Libia, (los franceses) pueden actuar, incluso solos. Militarmente no es muy complicado” y sería “una continuación” de sus actuales operaciones en el Sahel, estima Antoine Vitkine, autor de documentales sobre Libia.