Beirut. The New York Times. En Beirut, ese niño que reparte abarrotes es sirio. También los limpiabotas y las larguiruchas niñas que ofrecen rosas.
Por calles laterales de la bulliciosa calle Hamra, no lejos de las brillantes torres nuevas, las familias sirias comparten habitaciones individuales en edificios oscuros y ruinosos.
Dentro de Mezian, un ruidoso bar y restaurante, un cantinero sirio atiende a poetas, activistas y médicos sirios, y en el micrófono están los músicos de la ahora dispersa banda de rock alternativo Pressure Pot, originaria de Damasco.
Esta es la vida en Líbano, el país que, en proporción a su población, tiene el mayor número de refugiados en el mundo. Los menores de edad conforman la mitad de los desplazados que se hallan en Líbano.
La Unión Europea, con más de 500 millones de habitantes, ve la llegada de alrededor de un millón de solicitantes de asilo como una emergencia importante. Pero, en los últimos cuatro años, más de un millón de sirios que huían de la guerra han buscado refugio en Líbano, un país de solo cuatro millones de habitantes.
De algún modo, Líbano los ha absorbido, una hazaña notable para un país inestable con una infraestructura disfuncional. Sin embargo, las consiguientes presiones sobre sirios y libaneses por igual de algún modo han superado lo que alguien se imaginó como el punto de quiebre.
En los últimos meses, Líbano ha intensificado los controles fronterizos y residenciales, dejando a muchos refugiados en el limbo legal y temerosos de ir a la cárcel o ser hostigados.
Muchos enfrentan la pobreza a largo plazo, a medida que los beneficios de la ONU se reducen o desaparecen, la competencia por los empleos aumenta y las agencias de ayuda estiman que el 80% de los niños sirios no puede asistir a la escuela. Todos esos factores están empujando a más de ellos a contemplar la peligrosa travesía por mar hacia Europa.
Invisible. La crisis de refugiados de Líbano es engañosamente invisible, pero afecta a casi todos los aspectos de la vida. Está en el valle de Bekaa, donde la mano de obra infantil siria en campos lodosos, y los conjuntos de chozas y tiendas de campaña parecen campamentos de refugiados.
Pero la mayoría de los refugiados en este país no están en campamentos; están inmersos en el barullo de Líbano. Se hacinan en los atestados callejones de bloques oscuros y húmedos construidos por las olas anteriores de palestinos y libaneses desplazados. Y puede encontrárseles mezclados con la multitud en las ilustres calles de Beirut Este y Oeste, donde la ciudad late como un centro regional de cultura, política y consumo.
En un estacionamiento con mucho movimiento en Beirut Oeste trabaja Ibrahim Abu Raed, quien no puede ir a su casa en el norte de Siria porque el Estado Islámico lo mataría por tener un hijo en el ejército. Cerca, surtiendo abarrotes, esta un muchacho cuya ciudad natal, Daraa, en el sur de Siria, sufrió los bombardeos del gobierno porque es el lugar donde nació el levantamiento contra el presidente Bashar al Asad.
A corta distancia en auto hacia el sur de Beirut, en Bir Hassan, la Escuela Intermedia Mixta Sobhi Saleh se ubica entre los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila y las filas de nuevas torres de departamentos que dan al Mediterráneo. Cerca de la mitad de los niños con delantales azules y suéteres a cuadros en una mañana reciente son sirios.
Según la política gubernamental, los sirios no pueden conformar más de la mitad de la población estudiantil en el turno matutino. Un segundo turno, en la tarde, es totalmente sirio.
En todo el país, los sirios conforman 41% de los estudiantes de escuelas públicas, según Unicef, la agencia de Naciones Unidas para la infancia, que cita cifras de educación estatales. Pero solo una quinta parte de los niños refugiados sirios está en la escuela.
Muchos de ellos pasan apuros, dijo la directora de la Escuela Intermedia Mixta en Sobhi Saleh, Najwa Tomhe.
Hace unos días, narró la directora, un niño sirio cortó a un compañero de clase con una botella rota. La madre del niño, dijo, le imploró: “¿Qué puedo hacer? Los niños están viendo cuerpos en el suelo”.
Con pocos recursos para atender los traumas psicológicos, los maestros les hacen frente solos. “Tratamos de usar palabras suaves”, dijo Tohme.
Los libaneses pobres frecuentemente se quejan de que los refugiados sirios reciben más beneficios que ellos. En respuesta, se han reestructurado los programas de ayuda, permitiendo que la escuela de Sobhi Saleh perdone las cuotas anuales a las familias libanesas y sirias por igual. Sin embargo, incluso las tarifas de los autobuses son prohibitivas para muchas familias.
En vez de ir a la escuela, Hala, empleada (de 15 años) del salón de belleza, maquilla a novias y mujeres que tendrán una fiesta. Sus hermanos y primos más jóvenes recorren el distrito de Hamra, tratando de seducir a los comensales de cafeterías y bares para que les compren ramos de rosas. Han sido robados, perseguidos, golpeados y arrestados, pero siguen yendo.
En las calles de Hamra, los niños hablan mucho sobre el aprendizaje. Recuerdan en qué grado dejaron de asistir y compiten acerca de quién aprendió más letras y números, cruciales para hacer negocios.
“Puedo contar hasta 100 en inglés”, se jactó Rimaz. Y sí sabe.
“Es mejor aquí porque no estamos siendo bombardeados, dijo su primo, Khalid Ibo, de 11 años, un aspirante a fotógrafo.
El futuro. Pero su hermana Maram, de 9 años, dijo que no le gusta trabajar y quiere estudiar. Su primo Alaa Jassem, de 14, quiere ser arquitecto. Ahora, sin embargo, se describe como “especialista” en reparar refrigeradores.
El padre de Khalid, Abdelwahhid Ibo, de 40 años, un jornalero, y la hermana de este, Salha, encargada de limpieza de un banco, dijeron que les preocupaba la seguridad de los niños, pero con sus propios ingresos no podrían alimentar a la familia.
Están entre los pocos afortunados que pasaron varias etapas de un largo proceso para conseguir reubicarse en Occidente.
Fantasean sobre Australia, pero tiene poca opción: en un proceso estandarizado dirigido por agencias de ayuda internacionales, dónde terminen depende de qué país, si alguno se ofrece a recibirlos voluntariamente.