Brasilia. AFP. ¿Qué le pasó a Brasil? El pacífico gigante suramericano, convertido en modelo de país emergente que había planeado su apoteosis planetaria con la Copa del Mundo 2014 y las Olimpiadas de 2016, vive una explosión de ira de multitudes en sus calles, que estigmatizan a sus políticos por ineficiencia y corrupción.
Las manifestaciones cuestionan la imagen de un país que reducía la pobreza, crecía y había ganado una destacada proyección internacional, fruto de una euforia alimentada por los éxitos que Brasil cosechó tras el ascenso al poder del popular obrero metalúrgico, Luiz Inácio Lula da Silva en el 2003.
“Vivíamos un sueño, nos dejamos ilusionar con las palabras de que todo estaba mejorando e iba a estar aún mejor. Pagamos impuestos y ¿qué recibimos? Mis hijos van a escuela pública, hospitales públicos, usan el transporte público que son un desastre”, reclamaba Mónica, junto a su hija de 18 años y habitante de Gama (30 km de Brasilia), en la manifestación ante el Congreso que el jueves juntó a 35.000 personas.
En todo Brasil, más de un millón de manifestantes tomaron las calles la noche del jueves en una vorágine de protestas, iniciadas hace diez días contra el alza de los precios del transporte y que escalaron hasta un descontento general con los políticos y los multimillonarios gastos públicos para la Copa Confederaciones, que comenzó el sábado, y el Mundial del 2014. Los manifestantes afirman que esos recursos debían ir a educación y salud.
El despertar. “El pueblo despertó”, “Más dinero para salud y educación”, “Billete gratis para el bus”, exigían manifestantes en todo el territorio.
“Hay tanta cosa que está mal que no cabe en un cartel”, decía una pancarta en Brasilia.
En los últimos diez años, la renta y el salario mínimo de los brasileños subió como nunca, el desempleo cayó a niveles históricos, las políticas sociales llevaron a 40 millones a engrosar las clases medias que hoy superan la mitad de los 194 millones de habitantes y, empujado por el crédito, el consumo avanzó explosivamente.
En ese periodo, las inversiones internacionales afluyeron al país como nunca y este se convertía en una de las grandes economías emergentes, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que consiguieron abrir el G-8 a un G-20 de grandes potencias.
Lula dejó el poder con 80% de popularidad y eligió a su sucesora, Dilma Rousseff, una dama de hierro sin el carisma de su predecesor, pero con popularidad récord, que solo comenzó a caer el último mes tras dos años de inflación elevada y crecimiento debilitado, a pesar de que mantuvo una mano dura con la corrupción.
Los brasileños se han rebelado contra “una creciente situación de penuria en la vida urbana, con un transporte colectivo precario, la salud desastrosa, la violencia enorme, el tránsito insoportable, que durante años había sido compensada por la mejora de los salarios y los empleos”, explicó un sociólogo de la Universidad de Campinas Ricardo Antunes.
Dos años de crecimiento bajo y alta inflación hicieron aflorar “esa realidad profundamente crítica de la vida cotidiana de los asalariados” brasileños, añadió.
“Económicamente mejoró. Podemos comprar un coche a crédito, pero los hospitales y las escuelas públicas son muy precarios; un país rico no es donde todos tienen un coche, sino donde el rico va en autobús”, opinó una joven manifestante en Brasilia.
“No fue todo una ilusión: no podemos negar que el país avanzó y mejoró en muchos aspectos: la renta, los indicadores sociales, e incluso la democracia se consolidó... Quedaron muchos problemas por resolver”, dijo Ricardo Ribeiro, analista político .