Buenos Aires. EFE. Saltó del deporte a la política, colaboró con varios presidentes y asegura que se ha preparado para conducir la “Gran Argentina”. “Soy leal, previsible y confiable, como buen peronista”, presume Daniel Scioli.
Scioli, de 58 años, es el ejemplo del político incombustible que evita la confrontación abierta. Lo aprendió durante su carrera deportiva y lo ha aplicado en su experiencia política.
Hijo de una familia de empresarios de origen italiano, Scioli se convirtió en rostro habitual de las revistas del corazón por su actividad deportiva –piloto de lanchas– entre los años 80 y 90. En 1989 perdió el brazo derecho en un grave accidente con una lancha acuática, pero, lejos de rendirse, ganó después el campeonato del mundo a bordo de la Gran Argentina.
“Cuando me caí, me levanté y ahí aprendí lo que era ganar”, recuerda Scioli en un libro autobiográfico.
Saltó a la política en 1997 como diputado, de la mano del expresidente Carlos Ménem, un peronista liberal hoy denostado en las filas del Frente para la Victoria (kirchnerista) por el que se postula Scioli.
Fue también secretario de Estado, ministro –con Eduardo Duhalde– y vicepresidente con Néstor Kirchner, antes de gobernar la provincia de Buenos Aires, el mayor distrito electoral del país y el principal bastión peronista, un buen trampolín para alcanzar la Casa Rosada, sede de la Presidencia.
Ni el distanciamiento que mantuvo durante años con la presidenta, Cristina Fernández, ni los ataques del kirchnerismo, que se acentuaron a partir del 2012, cuando adelantó su voluntad de competir por la Presidencia, lograron desgastarle.
Mientras evitaba responder a los embates kirchneristas, su imagen subía en los sondeos, hasta que Fernández tuvo que ceder ante las encuestas y apoyar su candidatura.
“Hoy la carrera es muy distinta aunque se parece mucho a mi vida en el mar (...) Esa misma vida que me dijo, seguí corriendo Daniel, hoy me pone en carrera otra vez hacia la Gran Argentina”, continúa Scioli en su libro, un recuento de su vida en fotografías en las que aparece, entre otros, con sus rivales en las presidenciales, Mauricio Macri y Sergio Massa.
“La esencia de la política es el diálogo, hay que conversar más. Hablo con todos, no importa el signo político. Me gusta construir consenso, unir y eso es lo que quiere la gente para el tiempo que viene”, sostiene.
Una estrategia que le ha granjeado apoyos de un amplio sector del peronismo tradicional y le ha permitido mantener una estrecha relación con el arzobispo Jorge Bergoglio, el papa Francisco, incluso en los momentos de mayor tensión entre el kirchnerismo y la Iglesia católica.
En un clima político marcado por la crispación, su imagen conciliadora contribuye a explicar sus niveles de aceptación tras ocho años de gestión en una provincia que mantiene altos índices de violencia, pobreza y corrupción.
Aunque algunos de sus más estrechos colaboradores admiten que, en privado, es un hombre de carácter fuerte, duro con sus equipos, que no deja nada al azar y supervisa cada detalle.
Scioli revisa, y elige, las fotografías oficiales que se publican de sus actividades, y sigue con atención a los medios de comunicación y las redes sociales.
Sus más cercanos aseguran que es obsesivo con el trabajo y no descansa nunca.
Detallista, a pocos días de las elecciones cumplió con una de sus asignaturas pendientes: se licenció en Comercio para llegar a las urnas con su título universitario.
Presume de una “voluntad inquebrantable” y una tenacidad que, ha reconocido alguna vez, le ayudó a recuperar a su mujer, la exmodelo Karina Rabolini, tras su divorcio.
Scioli y Rabolini se casaron en 1991, se separaron siete años después y volvieron a unirse en 2003, cuando se lanzó a la vicepresidencia con Kirchner. Para reconquistarla, no dudo en colgar un gran cartel en la calle con un “Karina te amo”.
Ella es ahora una de sus más valiosas colaboradoras y un activo en su equipo, en el que tiene un especial protagonismo su hermano, Pepe Scioli, que le acompaña desde el inicio de su carrera política y ha sido uno de sus principales apoyos.
Scioli y Rabolini no tienen hijos en común, pero el gobernador tiene una hija, Lorena, a quien reconoció tras un juicio por paternidad cuando la joven tenía 17 años.
Su refugio, su residencia de Villa Lañata, está en una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires, donde Scioli recibe a políticos, empresarios y personajes de la farándula.
Su pasión es el futbol, que practica con el Villa Lañata, el equipo local de futbol sala, en el que el político se transforma en el Pichichi, con una más que cuestionable habilidad con el manejo del balón.
Su bandera para ganar la Presidencia es recuperar la “Gran Argentina” con una “agenda del desarrollo”. Cómo lo conseguirá es una incógnita. Scioli huye de la confrontación pero también de la definición sobre sus planes de gobierno: “Voy a cuidar lo que haya que cuidar y cambiar lo que haya que cambiar. Hay cosas que requieren continuidad y otras que precisan cambios”.