Brasilia. AFP. Con pasión por el fútbol, resignación o ánimo de protesta, los brasileños se preparan para el Mundial un año después de las multitudinarias manifestaciones callejeras contra el gasto público en el torneo, que han dejado una indeleble marca de descontento.
La sensación en el país es de que poco o nada ha cambiado desde que en junio del 2013 un millón de brasileños pillaron a sus políticos y al mundo por sorpresa , reclamando en las calles por los gastos en estadios para el Mundial y la precariedad de los servicios públicos , afirman los analistas.
“Si su hijo se enferma, llévelo al estadio”, señalaba entonces una emblemática pancarta de la campaña, que tuvo su primera gran manifestación el 6 de junio del 2013.
La presidenta, Dilma Rousseff, defendió el martes el legado que dejará la actividad deportiva, al asegurar que el grueso de la inversión pública es sin duda “para Brasil” y no para el Mundial, con aeropuertos y planes de movilidad urbana.
Sin embargo, a escasos meses de los comicios de octubre, donde la mandataria se juega la reelección, su mensaje parece no tener eco en todos los brasileños.
Aunque con índices de desempleo bajos, el moderado crecimiento económico y la inflación elevada contribuyen al mal humor.
A las puertas del Mundial, que comienza en una semana, lo que ha cambiado es el contexto de las protestas: mucho menos intensas, pero más organizadas.
En las últimas semanas, campesinos sin tierra, indígenas y otros movimientos sociales protestaron ante los estadios, mientras que sindicatos y gremios aprovechan la cercanía del Mundial para presionar por aumentos salariales .
Policías, profesores, conductores de autobuses y trabajadores del metro paralizaron sus actividades, provocando con ello caos en ciudades. Los policías federales y los profesores de São Paulo consiguieron aumentos esta semana de un 15%.
“Es radicalmente diferente de lo que ocurrió en el 2013, cuando las protestas fueron una expresión del malestar que existía en el país, y las personas salieron a la calle espontáneamente. Ahora el malestar persiste, pero partidos y movimientos asumieron la delantera y la clase media se aparta por miedo a la violencia de los radicales”, dijo el sociólogo de la Universidad del Estado de Río, José Rodrigues.
Caos vial. Ayer empezó una huelga en el metro de São Paulo que provocó un caos vial récord de 209 kilómetros y dejó a miles de personas sin posibilidades de movilización.
Parcial e ilimitada, la huelga de los trabajadores del metro pone bajo presión a las autoridades a una semana de la ceremonia inaugural y el primer partido de la Copa del Mundo, el 12 de junio.
El metro es la principal vía de acceso al estadio mundialista en esta metrópoli de 20 millones de habitantes y transporta cada día unos 4,5 millones de paulistas.
Declarada tras el fracaso de negociaciones salariales, la huelga afecta parcialmente a tres de las cinco líneas del metro .
En este ambiente crispado, Amnistía Internacional entregó 90.000 firmas al Gobierno para pedir garantías al derecho a la manifestación durante la Copa del Mundo, sin excesos de violencia policial.
La “primavera tropical” de protestas de junio del año pasado en Brasil dejó atónitos a los políticos, que no sabían cómo reaccionar ante la indignación popular.
Para calmar a los manifestantes, el Congreso aprobó en pocos días medidas que llevaban años en discusión, como destinar las regalías del petróleo a salud y educación, y más penas para políticos y empresarios corruptos.
La presidenta se comprometió con mejoras en transporte y educación y aprobó un programa de “importación” de miles de médicos extranjeros, la mayoría cubanos.