The New York Times
Stanovc, Kósovo La desastrosa economía, la política estática y la recién creada apertura en la frontera con Serbia, tientan a decenas de miles de kosovares a irse de su tierra, aquejada por los problemas, en busca de oportunidades y trabajo.
“Mi hijo no tuvo opción”, dijo Xhevat Cakaj. “Debió abandonar el enclave para irse a Alemania con su esposa y sus cinco hijas”.
Entrecerrando los ojos para estudiar sus tierras, donde su familia se ocultó de los serbios en la guerra de 1999, Cakaj lloró ante la ironía del destino.
“Nadie se va por placer”, dijo este jefe de familia de 64 años.
Afrim Syla, de Pristina, estuvo de acuerdo. Antes, los kosovares daban la vida por quedarse. “Ahora hemos llegado a una situación en la que nos vamos por propia voluntad”.
Hace 16 años, la OTAN libró su única guerra, sacó a fuerzas de seguridad serbias para que 850.000 albaneses kosovares expulsados por los serbios pudieran regresar.
Ahora y desde hace meses, los autobuses llevan a albaneses kosovares, pasando por Serbia, hasta la porosa frontera con Hungría, en la Unión Europea.
Sin embargo, a los albaneses de Kósovo, en su mayoría musulmanes, no se los recibe con los brazos abiertos. Se ven obligados a regresar a sus tierras, por considerar que están demasiado seguros físicamente –si no financieramente–, como para otorgarles estatus de asilados.
Aislamiento. Esta situación dice tanto de la lucha de Europa Occidental para manejar el torrente de refugiados y otros inmigrantes que buscan estabilidad y oportunidades, como del aislamiento y privación de la gente en los Balcanes.
En la lúgubre estación de autobuses en Pristina, la afluencia de autobuses que salen cada noche se redujo a dos, en comparación con 12. Ahí, en un letrero enorme, se enlistan 10 razones para no emigrar, la primera de las cuales es que el Estado kosovar, por el cual pelearon los albaneses, necesita gente aunque solo sea para existir.
Sin embargo, persuadir a las personas a que se queden y reintegrar a las que están siendo obligadas a retornar es un reto.
“Va a ser una primavera muy difícil”, dijo Samuel Zbogar, un diplomático esloveno que encabeza la misión de la Unión Europea aquí.
La esperanza que sintieron los kosovares después de su brutal guerra con los serbios y su declaración de independencia en 2008, se ha tornado incertidumbre.
Una de las causas es el estatus territorial. De 193 países miembros de la ONU, Kósovo tiene el reconocimiento de 109.
Rusia, aliado de Serbia, y varios miembros de la UE están entre los que no lo reconocen.
Algunos de ellos ven su independencia como una señal para sus propios separatistas: China, bajo presión para liberar al Tibet, y cinco de los 28 integrantes de la UE, más notablemente España, a la que le preocupa Cataluña.
Inestable. Internamente, Kósovo se tambalea. No se resolvieron las elecciones de junio durante meses, hasta que el partido del exprimer ministro Hashim Thaci, héroe de la guerra contra Serbia, acusado ahora por sus críticos de tener hambre de poder y de ser corrupto, se abrió camino con una coalición gobernante. Ahora Thaci es ministro de Relaciones Exteriores.
La economía se suma a esta mezcolanza de problemas. En una región cuya población envejece, Kósovo es el territorio más joven de Europa, donde 27 años es la edad promedio de sus dos millones de habitantes.
Kósovo necesitaría un imposible 7% de crecimiento económico anual para darles trabajo a 25.000 ó 30.000 jóvenes, que el gobierno dice que terminan la escuela cada año.
La inversión directa de fuentes extranjeras es de alrededor de $270 millones al año, la mitad de lo que fue en el 2007, comentó Lumir Abdixhiku, director ejecutivo de Riinvest, una organización independiente de investigación.
El primer ministro Isa Mustafá enfrenta el desafío de mantener en el país a los albaneses kosovares. Espera aliviar el descontento juvenil con mayores instalaciones deportivas y culturales por todo Kósovo, una región que hierve en verano, pero no tiene una sola piscina pública.
“Tenemos que liberar a la gente de este aislamiento”, dijo.
Pero estos objetivos se ven lejanos frente a las estadísticas: un tercio de la población está por debajo de la línea de la pobreza, la renta percápita es de 2.700 euros y 68% de la población activa no tiene trabajo, según datos del Instituto de Estadísticas de Kosovo y de la ONU.
Muchos ven la solución en un flujo regulado de visas para Europa. Abdixhiku, el analista, dijo que proporcionarles oportunidades a 100.000 kosovares de Europa podría compensar el abandono.
“No fue justo”, dijo, “dejar a Kósovo como un agujero negro todos estos años”, limitando hasta los viajes de negocios.
Sin embargo, a los gobiernos europeos les inquietan el populismo y el nacionalismo en aumento, junto con las quejas de los electores por la inmigración, aún de Estados miembros de la UE como Rumania y Bélgica.
Alemania espera recibir 300.000 solicitudes de asilo este año porque en el 2014 hubo 200.000. Así es que es poco factible que haya visas.
Los kosovares en el exterior mandan $650 millones en remesas cada año.
Sherif Cakaj, de 75 años, dice que las cosas nunca habían estado tan mal. “Lo peor es cuando estás vivo, pero estás muerto. Yo me iría, si no fuera tan viejo”.