Antonio Jiménez . El País. Corría el 24 de abril de 1974 y Portugal languidecía bajo una dictadura que seextendía por 50 años. Esa mañana, en el cuartel de la Escuela Práctica de Caballería, en Santarem, a 70 kilómetros al norte de Lisboa, el capitán José Salgueiro Maia, se cruzó con el alférez de reemplazo, Carlos Beato, que entonces tenía 27 años y le dijo, en secreto: “Muchacho Beato, es esta noche”.
Lo que esa noche se llevaría a cabo sería un levantamiento organizado por un grupo de capitanes y oficiales jóvenes portugueses destinado a derribar la dictadura de Marcelo Caetano, instaurar la democracia en Portugal y acabar con una guerra colonial en Angola y Mozambique imposible de vencer desde el punto de vista militar.
“Y yo, claro, cuando oí al capitán Maia informándome de que todo iba para adelante y de que iba a ser ese día, pues sentí un escalofrío que me heló. Se puede imaginar: una cosa es conjurarse y otra distinta saber que todo va a comenzar en horas”, dice Beato, de 67 años.
Hay una foto famosa, reproducida en innumerables textos, folletos y carteles, convertida en un icono histórico que presenta al capitán Salgueiro Maia, considerado el héroe de la Revolución de los Claveles, fallecido en 1992, con el fusil de asalto a la espalda, mirando al frente. Al lado hay un soldado con casco y bigote, con la guerrera abotonada hasta arriba que mira de reojo a su capitán con un aire algo asustado.
“Claro que estaba algo asustado. Eran los momentos decisivos. Cuando esperábamos a que Marcelo Caetano se rindiera ya, a eso de las 4 de la tarde del 25 de abril. Por encima de nosotros volaba un helicóptero artillado que en cualquier momento podía atacar. El dictador estaba encerrado en el cuartel general de la policía del Largo do Carmo, defendido por soldados fieles, y afuera, el pueblo, con nosotros, que quería entrar a tomarse la justicia por su mano”, añadió.
Día clave. Beato, vestido con traje y corbata, afable, simpático, sonríe al recordar el jueves nublado que nada parecía tener distinto, pero que cambió la vida entera de Portugal con una revolución incruenta.
Todo había comenzado a las 12 medianoche. En el despacho del cuartel de Santarem de Maia, los oficiales implicados en el golpe esperaban la señal. A esa hora, debía sonar en Radio Renascença la canción Grândola, Vila Morena, de José Afonso. Su emisión, en una época sin teléfonos celulares, significaba que el plan seguía adelante en todas las guarniciones del país.
No emitirla implicaba que algo había fallado. Beato, emocionado, nervioso, se pone en pie 40 años después para seguir contando: “Y ahí estábamos, esperando que sonara la canción, con los mapas de Lisboa en la mesa del capitán. Y dan las doce y nada. Y las doce y cinco y nada. Y las doce y diez y nada. Yo ya estaba envolviendo los mapas porque parecía que no iba a sonar cuando, pasadas las doce y cuarto, comenzó a oírse la canción. Y allí sí que pensé: no hay vuelta de hoja”.
Pocos minutos después, el capitán Salgueiro Maia reunió a todos los soldados del cuartel, alrededor de 700, y les dijo que solo quería voluntarios después de una frase que pasó a la historia: “Hay, señores, tres clases de Estados: el Estado social, el Estado corporativo y el estado al que hemos llegado”. Todos dieron un paso al frente.
La misión de la Escuela Práctica de Caballería de Santarem era la más peligrosa y delicada de todas las acciones de aquel día: debían ocupar la Baixa lisboeta y los ministerios allí ubicados.
“Llegamos muy pronto, a las seis de la mañana. Y entonces la gente empezó a acercarse, a preguntarnos. Todos estaban de nuestro lado. Nos decían: ‘Muy bien, vamos allá, viva la libertad’”.
En todo lo que estaba sucediendo, hubo un momento decisivo cuando cuatro tanques fieles al Gobierno cercaron al batallón de Maia en la ribera del Tajo.
“Pero el cabo que debía obedecer al general que le ordenó abrir fuego se negó a hacerlo, y se encerró en la cabina del tanque para que el otro no le pegara un tiro con la pistola. Ahí se ganó el 25 de abril desde el punto de vista militar. Si ese cabo hubiera disparado habríamos muerto todos y se habría destruido la plaza”, recuerda Beato.
El cabo en cuestión, José Alves Costa, que aquel día tenía 24 años, ha permanecido hasta ahora en el anonimato, ya que trató, desde entonces de pasar desaparecido y así lo consiguió. Solo en 2013 los periodistas Alfredo Cunha y Adelino Gomes lograron localizarlo en la aldea de Balazar, al norte de Portugal, donde vive actualmente.
Evocación. Beato, que tras dejar el Ejército se licenció en Relaciones Internacionales y, entre otras cosas, fue alcalde de la ciudad de Grândola (la localidad que inspiró la canción emblema de la Revolución de los Claveles), trabaja hoy como administrador en una caja de ahorros con función social.
Su agenda ha estado llena durante esta semana de conmemoraciones, encuentros, llamadas de periodistas y cenas de aniversario.
El viernes celebró, solemnemente, junto a sus viejos compañeros, el 40.° aniversario de la Revolución de los Claveles en un acto ajeno a la conmemoración oficial en el Parlamento, como señal de protesta contra la política de ajustes y recortes del gobierno conservador de Pedro Passos Coelho.
“Las puertas que abrimos ese día están hoy un poquito más cerradas”, explicó Beato, mirando hacia el suelo. Luego agregó, sin perder la sonrisa: “Pero a pesar de que hay cosas que faltan, valió la pena jugarse la vida por un Portugal libre y democrático”.