Pakistani tribesmen offer funeral prayers for the victims of a missile strike attack in the main town of Miranshah on February 15, 2009. A suspected US missile strike destroyed a major Taliban training camp in Pakistan on February 14, killing at least 27 mainly Al-Qaeda foreign operatives, security officials said. Two missiles fired by an unmanned drone struck the camp of top Taliban commander Baitullah Mehsud in the tribal area of Ladha near the Afghan border, they said, adding Mehsud was not in the camp at the time of the strike. AFP PHOTO/ Thir KHAN (THIR KHAN)
Peshawar, Pakistán. El frío extremo, el terreno resquebrajado y los vientos helados que bajan de las montañas nevadas de la frontera afgano-pakistaní casi habían congelado mi cuerpo. Sentía mis manos sin vida, como un pedazo de cámara inerte, y mis labios eran incapaces de soltar siquiera una tibia respuesta al clima.
Estaba en la cordillera Shaktoi, en Waziristán del Sur, una de las Áreas Tribales bajo Administración Federal (ATAF) en Pakistán, como invitado de la tribu Meshud para ser testigo de las víctimas civiles un día después de un ataque de drones (aviones no tripulados) que tuvo lugar el 16 de enero del 2007.
Tengo como costumbre visitar esta zona tribal pero hasta el momento no había encontrado montañas tan complicadas como las de Meshud, una zona conocida por su militancia después del 11/9. En mi camino a los picos hablaba con los locales y les preguntaba por los militantes en estas áreas. ¿No son ellos responsables por las muertes de miles de personas en Estados Unidos, Agfanistán, Pakistán y alrededor del mundo? Un hombre, ya entrado en años, me contestó mirándome a los ojos.
“¿Usted cree que los ataques del 11 de setiembre estuvieron a cargo de un pakistaní o de un afgano? En el ataque de ayer, ¿a cuál miembro de al-Qaeda o líder talibán lograron matar?”.
Seis años después, todavía puedo sentir el olor del lugar. Era algo como acero fundido con sangre. Había dedos y extremidades, totalmente irreconocibles, cerca de un cráneo quemado con apenas unos dientes.
Los cadáveres del ganado y las personas estaban mezclados al punto de que señalé un pedazo de piel con pelo, casi como una peluca caída, con la impresión de que era una oveja medio calcinada y los guías me hicieron notar mi error: se trataba del cuero cabelludo de un ser humano.
Vi también partes de juguetes y una cuna. “Su dueño, Anwar, de tres años, está muerto”, me informó uno de nuestros anfitriones. El lugar había sido una casa de barro y un niño recogió una figura del suelo para mostrármela.
La escena daba náuseas. Mientras otros periodistas llegaban al lugar, los locales dejaron de lado sus tradiciones para que pasaran los medios a ver el resultado de los drones . Había silencio y había miedo, pero pronto dieron paso a ira y deseos de venganza.
“Ahora es tiempo de yihad y venganza. Ellos (los estadounidenses) desafiaron nuestro honor. ¿Se mantendrán todos ustedes en silencio mientras sus madres, hermanas y hermanos son asesinados?”, expresó un habitante de unos 24 años, parte de un grupo de talibanes que recién había llegado al sitio.
Cultura tribal. Existen tres pilares de los códigos de conducta tradicional en las tribus. El primero es peshgor , una especie de degradación verbal sufrida por un hombre que se mantiene en silencio tras la muerte en un familiar. Esta arma oral no solamente es utilizada por militantes, sino también por las mujeres quienes, tras los muros de sus casas, incitan a los hombres a cobrar venganza.
Esta situación conduce al segundo concepto, que es ghairat u “honor” y quienes pierden familiares inocentes son instigados a responder por su honor.
El tercero es badal , una especie de venganza. Ningún afgano o pakistaní puede vivir en paz hasta que no haya vengado a sus familiares. Es un asunto cultural.
Según una investigación de la New American Foundation (NAF) , organización estadounidense que maneja cifras de esta guerra, más de 355 drones han atacado esta zona desde que Barack Obama asumió la presidencia en el 2009, mientras que George W. Bush solo lanzó 48.
Un periodo particularmente violento fue en el 2009, cuando hubo 122 ataques en la ATAF y los drones mataron a 241 militantes, 136 “no identificados” y 80 civiles.
Datos de NAF indican que, hasta el 2012, habían muerto al menos 2.700 personas y solo 350 fueron en tiempos de Bush. Unas 400 de ellas todavía están en la categoría de “no identificadas” aunque, para ser honestos, la mayoría son civiles sin relación con la militancia.
La organización asegura que 442 de los muertos definitivamente fueron civiles (esto probablemente se debe a que, siendo mujeres o niños, les fue imposible a las autoridades colocarlos en la lista de militantes o no identificados).
Sumando estas dos cifras, al menos 800 civiles han muerto por los drones , y de ellos, la mitad son mujeres y niños. Mientras usted lee esto, los familiares aún tienen pendiente el badal . Hay un dicho en las tribus que si alguien venga a sus familiares cien años después de que murieran, lo hizo a prisa.
El mismo reporte de NAF indica que en el ataque que visitamos en Waziristán del Sur murieron entre 12 y 22 militantes , hubo ocho desconocidos y, según sus datos, ningún civil. No hubo tampoco reportes de líderes talibanes.
Aquel no fue el único ataque de drones que cubrí. En otra ocasión, hablé con un chico de 13 años, sobreviviente de un ataque. Su nombre era Sadiq Dawar y hasta ese momento él no tenía idea de la guerra entre al-Qaeda y Estados Unidos en la región, pero ese incidente cambió su vida. Me enteré de que ahora es uno de los mejores proveedores logísticos de los talibanes que combaten a la OTAN en Afganistán.
Doble luto. Ahora tengo una última historia. La misma NAF informó sobre un ataque, el 23 de noviembre del 2009, en el funeral de Khwaz Wali Mehsud, que mató entre 40 y 80 personas, de las cuales de 35 a 45 eran civiles, y entre tres y 33 no se determinó su estatus.
El informe también señala que uno de los ultimados fue ‘Mullah Sangeen’, el comandante afgano de Tehrik-i-Taliban (aunque ha sido dado por muerto dos veces y ha vuelto a aparecer).
El informe también señala que uno de los asesinados fue “Mullah Sangeen”, el comandante afgano de Tehrik-i-Taliban (aunque ha sido confirmado muerto ya dos veces y vuelto a aparecer), mientras que el blanco parece haber sido Baitullah Mehsud.
Todos los grandes medios, nacionales e internacionales, reportaron la muerte de los militantes con grandes titulares, pero, en el sitio, la escena para los sobrevivientes fue apocalíptica. Una sola familia perdió al menos a 18 miembros, mientras que testigos oculares confirman la muerte de 123 personas en total, la mayoría ancianos y jóvenes.
¿Qué tal si esos “sin determinar” eran mujeres y niños, tal como vimos en el atentado en las montañas de Shaktoi?
Lo que imagino es que la mayoría de los hombres jóvenes de la familia elegiría combatir contra las fuerzas extranjeras y participar en atentados suicidas. Llega un momento en que el peso cultural es demasiado para obviarlo.
Lo que pasa aquí y ahora no se trata de cifras, sino de vidas. Traducción por Diego Arguedas
*Periodista pakistaní