Caracas. Un hombre moreno iba en una moto con una camiseta de rojo socialista, serpenteando entre carros grandes, con los vidrios hasta arriba. Iba pitando en una de las calles bonitas de Altamira, un barrio antichavista.
Visto de espaldas en estos días de exaltación bolivariana, parecía uno de los millares de seguidores de Hugo Chávez. Adelantó a una Chevrolet, frenó y se le estacionó al lado; le tocó la ventana polarizada y un brazo salió para tomar una bolsa.
Era un paquete de comida de Kentucky Fried Chicken que, por lo visto, el señor de traje entero había dejado olvidado en el autoservicio. Bien vista, la camiseta del motorizado decía KFC y no PSUV, ni Chávez ni Bolívar ni nada de eso.
Claro, era difícil eso de que un fanático oficialista pasara haciendo bulla por este barrio de clase alta, plagado de sedes bancarias, oficinas de transnacionales y limpios edificios de viviendas, rodeados de rejas de tres metros. Esta es zona de “escuálidos”, como llamaba Chávez a los opositores por considerarlos desganados y faltos de espíritu.
Festejando la muerte. Una de las pocas chavistas en esta zona es la quiosquera Hilda Valencia, quien se enteró del fallecimiento de Chávez, el martes, por los carros que tocaban el pito celebrando.
Estaba en la intersección donde vende periódicos, frente a un McDonald’s, adornado con una “M” del mismo tamaño de los portones de las casas.
“Oí las cornetas y dije ‘coño, aquí algo está pasando’”, manifestó. “Entonces, encendí el radio y escuché que mi presidente ya había muerto. Me dio mucho coraje que fueran ellos los que me avisaran así”.
Cuando dice “ellos” se refiere a gente como Rosa Sánchez, una ingeniera quien trabaja para una transnacional italiana que dice estar dispuesta a votar por cualquiera que puedan sacar del palacio de Miraflores al chavismo.
“Si me ponen una piña y me dicen que puede quitarlos de ahí, yo voto por la piña”, dijo seria, con la mirada oculta tras unos anteojos oscuros enormes.
Frente a ella, los carros esperaban la luz verde del semáforo. No se ve quiénes eran los choferes ni ocupantes y quizá algunos vehículos sean blindados. No es raro en el país que la gente de dinero extreme las medidas de seguridad aunque sean las 3 p. m., haga sol y circulen en zona aparentemente tranquila.
Entrevistar gente aquí es difícil. En las zonas populares de Caracas, basta presentarse y la gente casi se entrevista sola, pero aquí en Altamira pocos caminan en las aceras y, en todo caso, prefieren no hablar.
“Esto es otro país”, añadió la ingeniera, quien teme que el conflicto se desate en Venezuela pasado el duelo por Chávez. “Cuando alguien muere, al principio es todo calma, pero el problema empieza a los días, cuando se pelean la herencia. Se van a desatar demonios”.
Lo mismo cree Carlos Huérfano, dueño de una pequeña empresa de asistencia técnica en telecomunicaciones. “Ojalá no pase nada; ojalá no se complique esto”. Votó por Capriles en octubre y espera que en las elecciones siguientes el chavismo fracase. “Muchos votaron por Chávez, pero no son chavistas de verdad; solo creían que él podía mantener la estabilidad”.
Eso sí lo reconocen algunos fuera del chavismo y por eso ahora temen la inestabilidad. Es el caso de Mario Petrola, un joven que accede a responder preguntas “solo si es un minuto”. “Yo admito que él era el enlace entre lo cívico y lo militar. Ahora no sé y Maduro podría hacerlo; no es militar y eso pega”.
Él, lo dice por Diosdado Cabello, teniente que acompañó a Chávez en el intento de golpe de 1992.