Jinan. EFE y AFP. Lejos de mostrarse dócil, el exlíder comunista Bo Xilai, acusado de soborno, malversación y abuso de poder, respondió ayer combativo a los cargos presentados durante la primera sesión de un juicio cargado de pompa.
Pulcramente afeitado –las malas lenguas apuntaban que le podrían presentar con una larga barba para aumentar la humillación pública–, ojeroso y envejecido: así apareció Bo en su primera imagen oficial desde que fue destituido de su cargo como dirigente de la ciudad de Chongqing hace 17 meses.
Pese a ese aspecto demacrado, el expolítico sorprendió por su determinación y vehemencia al negar varias acusaciones en la vista que comenzó ayer en el Tribunal Popular Intermedio de Jinan, capital de la provincia oriental de Shandong.
El exdirigente de las metrópolis de Dalian y Chongqing está oficialmente acusado de recibir, junto con su esposa y su hijo $3,6 millones en gratificaciones por parte de dos hombres de negocios, Tang Xiaolin y Xu Ming.
Asimismo, Bo debe responder a la malversación de $818.000 de fondos públicos y de la comisión de toda una serie de abusos de poder en Chongqing para poner trabas a una investigación criminal contra su esposa, Gu Kailai, reconocida culpable en agosto de 2012 del asesinato de un británico.
Acusaciones. Según algunas publicaciones, Xu, uno de los hombres más acaudalados de China, habría pagado a cambio al hijo del exdirigente, Bo Guagua, sus estudios en Harrow, Oxford y Harvard, además de viajes a todo lujo a exóticos destinos africanos.
En la misma actitud “negacionista”, Bo tildó de “ridículo” un testimonio atribuido a su esposa, Gu Kailai –en prisión desde hace un año por el homicidio del empresario británico Neil Heywood–, leído ayer por la Fiscalía.
El texto subraya que Gu admitió que sacó $80.000 y cientos de miles de yuanes que la pareja guardaba en cajas fuertes compartidas y los empleó durante una estancia en el Reino Unido mientras el hijo de ambos estudiaba allí.
Bo afirmó que Gu tenía sus propios fondos, mientras sus abogados defensores alegaron que la mujer padece una enfermedad mental y, por tanto, su testimonio no debería admitirse en el proceso.
Todos estos pormenores fueron relatados en la cuenta del tribunal en Weibo –red social china similar a Twitter–, que se convirtió en la principal fuente de información de un juicio al que solo se permitió entrar a 15 periodistas chinos.
Pese a la “digitalización” y al esfuerzo de Pekín por mostrar un proceso transparente, el resultado es más parecido a una obra de teatro.
En apenas un kilómetro cuadrado de distancia y con el tribunal como epicentro, las autoridades chinas pretendieron facilitar la cobertura a los más de 200 periodistas extranjeros acreditados mediante estrictos métodos de registro, la instalación de salas de prensa o la adecuación de espacios para filmar cercanos a la corte.
Tan solo algunos episodios se escaparon de la milimétrica organización, como los gritos de varios defensores de Bo Xilai que se acercaron a los juzgados a defender al exlíder comunista.
Aunque la Policía resolvió de forma pacífica el revuelo –llevándose a algunos de los “exaltados” en furgones– , el estricto control refleja el miedo del Partido Comunista a descontrolar los detalles del juicio y los apoyos que aún tiene el carismático exlíder.
El hermano del conocido abogado ciego Chen Guangcheng –quien protagonizó una épica escapada en 2012 al burlar el arresto domiciliario en el que vivía– explicó que diversos policías le interceptaron en la estación ferroviaria de Jinan al bajar del tren en el que viajaba de camino al juicio.