El 25 de diciembre del 2014, a eso de la 1:30 de la tarde, Mauricio Artiñano estaba tirado en su cama, revisando correos electrónicos en su computadora y sintiendo, sobre todo, nostalgia. En eso escuchó el estruendo de una explosión cercana y vio por la ventana de su habitación soldados corriendo, mientras sonaban los disparos.
Su familia y sus amigos, que lo conocen mejor que nadie, saben que es un tipo propenso a la nostalgia, más cuando se trata de fechas con un peso emocional importante, como la Navidad.
Pasar las fiestas a medio mundo de distancia de los suyos le había afectado el humor y se sentía, diría él, “medio agüevado”.
Después de todo, la Navidad no se celebra con particular entusiasmo en los campamentos de la Organización de las Naciones Unidas, como aquel en Mogadiscio, la capital de Somalia, donde se encontraba Mauricio.
Tanto fue así que, con la cantidad de trabajo que tenían encima él y el resto del personal de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Somalia (UNSOM, por sus siglas anglosajonas), la fecha casi pasó inadvertida. No había decoraciones, no había villancicos, había poco espíritu navideño.
Mauricio casi consigue pasar las fechas de celebración sin alterarse, hasta que el sol salió el 24 de diciembre y todo el peso de la nostalgia cayó sobre sus hombros.
La jornada laboral del personal de la ONU no se interrumpió ese día, aunque sí concluyó temprano por la ocasión. Él y algunos colegas se reunieron en la playa, a comer queso y beber vino. La tarde murió con elegancia, como un lindo recuerdo. Una vez instalada la noche, Mauricio se dirigió a la cafetería, donde se celebraría la cena de Navidad.
Soldados en uniformes, civiles en shorts , Mauricio con sus mejores ropas. La nostalgia navideña como consejero de modas. Comieron, bebieron. Después de cenar, hubo música en vivo y hubo baile.
Pronto, Mauricio decidió dar por concluida la jornada.
Dio play a It’s a Wonderful Life , su película navideña favorita, y se sumió en un sueño profundo. Despertó temprano, ansioso por hablar vía Skype con su familia en Costa Rica. Su primo Alberto y su esposa Erika le mostraron cómo ponían bajo el árbol navideño los regalos de Guillermo, el hijo de ellos, como una sorpresa de Santa Claus.
Mauricio se sintió conmovido y la nostalgia, una vez más, le atacó. Durmió un rato más, lo que le hizo llegar tarde al brunch navideño, cuando ya quedaba muy poca comida para él –por suerte, sí había muchos chocolates–. Fue entonces cuando regresó a su habitación.
Se tiró sobre su cama y encendió la computadora. Seguramente pensaba qué estaría haciendo si hubiera estado en Costa Rica y no en Somalia. Probablemente hubiera pasado el día con su familia, hubiera visitado a sus amigos, hubiera abierto regalos y hubiera otorgado otros tantos. Sin duda, habría compartido muchísimos abrazos. En cambio, debía conformarse con revisar su correo electrónico.
Fue entonces cuando estalló la bomba.
Todos los caminos conducen a Mogadiscio
A Mauricio no le he estrechado la mano, aunque hemos intercambiado la cantidad suficiente de correos electrónicos y chats como para considerarlo un amigo. Supe de su existencia hace más o menos medio año, cuando una amiga en común me comentó, de forma casual, que tenía un amigo que trabajaba para la ONU y que, en aquellos momentos, se encontraba cumpliendo labores en la capital de Somalia.
Desde ese punto al de la publicación de esta historia, Mauricio y yo hemos recorrido un largo camino de preguntas y respuestas. Todo, gracias a la casualidad de una amiga en común.
Que Mauricio trabaje en la ONU, sin embargo, tiene poco de casual.
–Desde pequeño, siempre soñé con trabajar con Naciones Unidas– me cuenta.
Cuando tenía ocho años, su madre le regaló una copia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adaptada para niños. Esa fue la semilla inicial, el germen. Años más tarde, cuando era un adolescente en el colegio, participó en muchos modelos de Naciones Unidas, algo así como simulacros en los que los muchachos representan a los diplomáticos de distintos países.
Incluso mientras estudiaba su bachillerato en Relaciones Internacionales, Mauricio llevó varios cursos relacionados con Naciones Unidas y con las operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU.
Entonces ocurrió un evento que estuvo fuera de su control y que, para todos los efectos, desencadenó los hechos que finalmente lo llevaron a Somalia.
En noviembre del 2007, Costa Rica fue electa al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas por un período de dos años. Tres meses más tarde, en febrero del 2008, Mauricio se integró como diplomático a la Misión Permanente de Costa Rica ante la ONU, en Nueva York; allí trabajó para el Consejo como experto en temas africanos y de mantenimiento de la paz, y luego como Coordinador político.
–Costa Rica hizo un trabajazo como miembro del Consejo –recuerda–: defendiendo los Derechos Humanos, incluyendo el lenguaje sobre Derechos Humanos y protección de civiles en las resoluciones del Consejo, e impulsando esfuerzos para lograr mayor transparencia en los métodos de trabajo.
Durante ese tiempo, Mauricio forjó buenos lazos con distintas personas dentro de la Secretaría de las Naciones Unidas, con quienes permaneció en contacto. Tiempo después, mientras cursaba una maestría en la Universidad de Princeton, consiguió una pasantía en la Misión de Naciones Unidas en Sudán del Sur (UNMISS).
Mauricio pasó tres meses en Juba, la capital de esa república africana. También realizó un proyecto de investigación que lo llevó a Bamako, Mali, pocos meses después del establecimiento de la operación de mantenimiento de la paz en ese país.
Con toda esa experiencia en su hoja de vida, aplicó a varios trabajos en distintas operaciones de Naciones Unidas, luego de finalizar su maestría. Finalmente, obtuvo una respuesta y una oportunidad.
Su camino, ahora, conducía a Mogadiscio, Somalia.
Tierra del fuego
–Creo que nada en Costa Rica lo prepara a uno para un lugar como Somalia –cuenta Mauricio.
Su experiencia previa en lugares de conflicto y pos-conflicto era válida, sin duda, pero Mogadiscio no era nada como lo que había visto hasta entonces. La situación de Somalia es trágica y convulsa, como lo ha sido su historia desde siempre.
Durante los últimos 150 años, distintas ocupaciones militares y un sinfín de conflictos armados han debilitado –casi hasta desaparecer– el orden en el país africano. Desde 1991 hasta el 2012, Somalia no contó con un gobierno central.
–O sea, que el país ha estado sumido en anarquía por más de 20 años – explica Mauricio–. De hecho, Somalia encabezó la lista de los Estados “más fallidos”, según el índice de fragilidad estatal de la revista Foreign Policy por seis años seguidos, desde el 2007 hasta el 2013.
En 2014, el puesto uno fue ocupado por Sudán del Sur, donde ya él había trabajado. Sin embargo, esto poco positivo decía del estado de Somalia, donde la situación seguía crítica. Durante el tiempo en que Mauricio sirvió en el Consejo de Seguridad de la ONU, entre 2008 y 2009, ningún caso emitía menos esperanza que Somalia.
–El problema principal en Somalia es esa falta de institucionalidad básica, pero además desde el 2006 se formó un movimiento yihadista llamado al-Shabaab que ha controlado grandes extensiones del territorio de Somalia y le ha declarado guerra a las instituciones gubernamentales y la comunidad internacional– cuenta.
Al-Shabaab le ha jurado lealtad a al-Qaeda, y además de la violencia que ha desatado en Somalia, ha perpetrado ataques terroristas en otros países, incluyendo el ataque en el Centro Comercial Westgate en Nairobi, Kenia, en el 2013, donde murieron 67 personas.
Pese a lo nefasto de la situación, durante el último par de años, las cosas han parecido mejorar, gracias en parte al trabajo de las Naciones Unidas.
La Misión de la Unión Africana en Somalia, una operación militar de la Unión Africana –autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU– logró consolidar avances en términos de seguridad, incluyendo la captura de varias ciudades claves de al-Shabaab, que ahora está en retroceso.
En la parte política, en agosto del 2012 se inauguró el primer Parlamento formal en casi 20 años en el Aeropuerto de Mogadiscio. En setiembre, el Parlamento eligió al académico Hassan Sheikh Mohamud como Presidente.
Por otro lado, el Consejo de Seguridad de la ONU autorizó en junio del 2013 la creación de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Somalia (UNSOM), una misión política con el mandato de apoyar los esfuerzos de reconciliación, pacificación y construcción de estado del Gobierno Federal de Somalia.
Además el Secretario-General autorizó por primera vez en muchos años que la ONU estableciera una presencia física en Mogadiscio, albergada en el complejo del Aeropuerto de Mogadiscio.
Allí, justamente, desembarcó, a finales de noviembre del 2014, Mauricio Artiñano.
* * *
En Brindisi, una ciudad costera en el sur de Italia, las calles son angostas y empedradas, románticas, antiquísimas. Como salidas de otra época, precisamente porque lo son: testamento de una ciudad que cuenta los calendarios por centenares.
Por una de esas calles, a mediados de noviembre del 2014, se movía una camioneta blanca. Dentro de ella viajaba un grupo de personas de todas las nacionalidades: estadounidenses, británicos, costarricense. Mauricio Artiñano viajaba con sus manos en el volante, piloteando una de dos camionetas idénticas que se movían por Brindisi.
De pronto, un carro interceptó las camionetas en una esquina. Del vehículo bajó media docena de hombres encapuchados, gritando en italiano, armas en mano. Sonaron disparos. La paz de Brindisi se resquebrajó.
Mauricio no intentó salirse del protocolo. Frenó, apagó el carro y abrió la puerta con tanta calma como le fue posible reunir. Los hombres lo jalaron de su abrigo y le golpearon en la cabeza. Pronto, el tico y sus compañeros estaban arrodillados en el piso, escuchando los gritos demandantes de los asaltantes. Uno de los compañeros de la misión intentó negociar, pero para los maleantes aquello de poco valía: los requisaron, les gritaron, hubo más disparos al aire, los patearon y les golpearon en la cabeza.
Entonces les preguntaron de qué país eran. Cada uno de los miembros de la misión mencionó su origen. A quienes venían de Estados Unidos, los secuestradores se los llevaban a su carro. A los demás, los dejaban allí, con las manos contra la pared. Alguien dijo que era de Inglaterra. Se escuchó la orden de que lo ejecutaran.
Sonaron más disparos.
Una vez que se marcharon los tipos, quienes quedaron allí corrieron a los carros y se marcharon.
Solo entonces aparecieron de nuevo los asaltantes, pero esta vez aplaudiendo y sonriendo. El simulacro había terminado.
Adiós, simulacros; hola, Somalia
Hace unos meses, Mauricio me respondió un correo electrónico de esta manera: “Hola Danny. Mae, sorry por tardar tanto en responderte. Tuvimos un evento de alto nivel, luego un ataque el domingo pasado, y la vara no para”.
Ese ataque fue al Hotel Jazeera, perpetrado por el grupo al-Shabaab.
Diez personas murieron en esa ocasión. El hotel se encontraba a menos de 800 metros de la oficina de Mauricio, de su ventana abierta. “Escuché y sentí el bombazo súper fuerte”, me escribió cuando le pregunté si en algún momento de su experiencia en Somalia ha sentido miedo.
–Nos entrenaron muy bien –asegura–. Además, yo tengo una actitud de que “diay, igual hasta en el país más seguro del mundo me puede atropellar un carro o caer un rayo”, y la verdad es que vivo bastante tranquilo.
Experiencias como el simulacro de secuestro en Italia eran necesarias para prepararse, aunque nada es suficiente. Pasar de un país que no tiene ejército a uno que apenas tiene gobierno es casi imposible de imaginar.
La labor de Mauricio fue de oficial de planificación, y junto a otras dos personas se encargaron de trabajar en la coordinación de las actividades del sistema de Naciones Unidas en Somalia, y de la planificación a largo plazo.
–Esto significa que tenemos que trabajar con todas las secciones de la Misión y las agencias de la ONU para velar para que se cumplan estas metas y que todos los procesos sean integrados y en equipo con las instituciones estatales –me explicó.
Guerra y paz
Mauricio revisaba su correo electrónico cuando estalló la bomba de Navidad.
–Lo primero que pensé fue “ay, qué pereza, no me he bañado y ahora otra noche en el búnker”.
Después de eso, se colocó con tranquilidad su chaleco anti-balas y se fue caminando, mientras escuchaba los disparos cercanos.
–Eso me confirmó que ya ese tipo de situaciones se han vuelto normales para mí.
Solo un par de semanas antes, sin embargo, cuando vivió su primer ataque, su reacción fue otra. Cenaba con su colega Marc, tranquilamente. De pronto, la cara de Marc se desfiguró: algo sucedía detrás de Mauricio, quien se volteó para mirar. Afuera, los soldados corrían y, detrás de ellos, casi en pánico, el resto del personal. Marc corrió. Mauricio corrió. Sobre su cabeza sonaban silbidos y luego explosiones.
A Mauricio le tomó algunos segundos comprender lo que sucedía, lo que aquellos sonidos significaban. Estaban cayendo proyectiles disparados desde morteros.
Corrió hacia los búnkers. Entró en uno de ellos y se topó con un grupo de soldados de la Unión Europea. Casi no se percató cuando la ametralladora de uno de ellos le apuntaba al rostro. El soldado se rió, le explicó que aquel no era su búnker.
Una vez dentro esperó, junto a sus colegas, a que los mensajes que entraban a través de los walkie-talkies les brindaran buenas noticias.
Afuera, en la noche de Somalia, soplaba el viento y resonaban los balazos y las explosiones.
Tal vez en aquellos momentos, por la cabeza de Mauricio pasó la respuesta a la pregunta que, año y medio después de aquel ataque, le hice desde Costa Rica:
¿Qué es la paz?
–Poder ir a un parque y ver a personas de todas las edades, etnias y circunstancias disfrutando y conviviendo, sin temor a la violencia, la intimidación o el hambre. Eso, para mí, es paz.