Trípoli. EFE. Sin entender lo que sucede, los niños sirios se han convertido en víctimas de un conflicto que ya les ha dejado secuelas para toda la vida y les ha obligado a refugiarse en países desconocidos para ellos, como Líbano.
A sus trece años, una niña que responde al nombre falso de Amal llegó hace pocos días a un hospital de la ciudad de Trípoli, en el norte de Líbano, tras un peligroso periplo que le costó la movilidad de sus piernas.
Su madre explica cómo un francotirador disparó a la menor mientras huía de los bombardeos que caían sobre una aldea de la provincia siria de Homs, uno de los feudos opositores al régimen de Asad más castigados por la violencia.
Ella es una de las más de 10.000 personas que han buscado refugio en este país vecino desde que comenzó la revuelta contra el régimen sirio en marzo del año pasado.
La mayoría de los refugiados llegan solo con lo puesto, por lo que carecen de medios para vivir y afrontar los gastos de vivienda, electricidad, comida, ropa y productos para su higiene personal.
Las ayudas que reciben, sostiene la madre de Amal, apenas cubren sus necesidades básicas, que son mayores en el caso de los niños, pues estos precisan de leche, ropa interior, abrigo y proteínas.
Las heridas físicas no son las únicas secuelas que sufren los menores, pues la violencia también les afecta psicológicamente.
Mientras, en Siria, los niños tampoco escapan de las torturas y los asesinatos de la población.