Raqqa (El País Internacional). Raqqa, en el noreste de Siria y capital de la provincia del mismo nombre, se convirtió en marzo en la primera gran ciudad en ser tomada completamente por los rebeldes. O liberada, como dicen sus habitantes.
La toma de Raqqa por los rebeldes podría ofrecer pistas sobre un hipotético futuro tras una caída del régimen de Bashar al-Assad.
“No podrán culparnos si cada vez nos volvemos más radicales. Vosotros (occidente) seréis los responsables de este radicalismo porque no nos ayudasteis”, dice Tayf, licenciado en Historia y antes empresario de la construcción.
Tayf y sus hombres querrían que la comunidad internacional creara una zona de exclusión aérea para impedir los bombardeos del régimen. Todos los entrevistados repiten esta demanda.
Entre el 4 y el 8 de marzo, grupos moderados como Ahrar al Sham , los extremistas del Frente Al Nusra y el Ejército Libre de Siria (ELS, el principal grupo rebelde) se coordinaron para expulsar a las tropas de al-Assad de Raqqa.
El Ejército bombardeó la ciudad durante la lucha y aún lo hace ocasionalmente. Lo breve de los combates permitió a Raqqa, que tenía unos 400.000 habitantes, no sufrir el nivel de destrucción de ciudades como Alepo o Homs.
Ya antes de las protestas la ciudad estaba “abandonada” por el régimen, según varios ciudadanos. Con una economía basada en la agricultura y controlada por el régimen, en Raqqa el Estado era el mayor empleador y el paro y la pobreza eran un problema antes de la revolución, según sus habitantes.
Además, los omnipresentes servicios de seguridad y secretos detenían y torturaban a cualquiera que hablara mal del gobierno, según denuncian ciudadanos, activistas y rebeldes.
Hoy, los retratos de al-Assad y las banderas del régimen han sido destruidos o tapados. Los colores de la bandera de la revolución, a franjas verde, blanca y negra con tres estrellas en el centro, llenan paredes y monumentos en el centro de la ciudad.
Pero es otra bandera la que sobresale: una gran enseña negra con versos del Corán que ondea junto al edificio del Gobierno provincial. Fue alzada por Al Nusra, cuyo líder juró lealtad a al-Qaeda el pasado 10 de abril.
“Esa es solo una bandera, las calles están llenas de la bandera de la revolución y solo hay una bandera de la revolución”, dice Abdalá Jalil, abogado de 53 años y líder del Consejo Civil de Raqqa.
Jalil dice que el consejo trata de organizar servicios públicos como la limpieza y los hospitales. Aunque, por el momento, su presencia apenas se percibe fuera del edificio que le sirve de sede, los médicos del hospital dicen no recibir ningún salario y los que limpian las calles son voluntarios.
Tras la toma de la ciudad por los rebeldes, un grupo de ciudadanos estableció una corte que aplicaba la sharía (ley islámica) para resolver conflictos y servir de tribunal temporal, según cuenta uno de sus integrantes, que pide permanecer en el anonimato.
Este tribunal cerró después de que cientos de personas protestaran frente a su sede por el arresto de dos hermanas de 18 y 19 años. Un grupo de enmascarados armados irrumpió en su casa cuando no estaba su padre, un activista político, y las llevó a la corte, que las liberó a las dos horas.
Este miembro del tribunal dice que solo volverán a instaurarlo si pueden contar con su propia fuerza policial y si todos los grupos armados se comprometen a no arrestar a nadie sin permiso previo de la corte.
Uno de estos grupos, el Frente Al Wahda al Tahrir al Islamiya, ocupa el opulento palacio del gobernador provincial.
“El gobernador llevaba esta vida de lujo y comía todo lo que quería y ahora está en la cárcel y solo come pan y cebolla”, dice casi riéndose Abu al Nur, de 34 años y portavoz del grupo.
El gobernador y otros representantes del régimen están entre los alrededor de 50 prisioneros en manos de los islamistas y van a ser juzgados, según Abu Jalid, también de 34 años y miembro de Al Islamiya en Raqqa.
Jalid asegura que otras 200 personas próximas al régimen y capturadas fueron puestas en libertad “porque sus manos no estaban sucias”.
“Queremos un régimen islámico moderado, este ha estado contra nosotros durante 42 años simplemente porque somos musulmanes, ellos odian a los musulmanes”, explica Jalid.
Pero es Ahrar al Sham quien controla gran parte de Raqqa, incluyendo varios de sus bancos.
“Yo me uní a Al Sham porque están en el camino correcto”, dice Abu Mustafa, de 24 años, en la sede del Real Estate Bank.
Mustafa dice que Al Sham está guardando el dinero para pagar los sueldos de los funcionarios cuando vayan regresando a la ciudad.
Este grupo, que también se desmarca de los radicales de Al Nusra, ha puesto en marcha escuelas islámicas y toda una maquinaria de propaganda. Sus miembros han cubierto muros de la ciudad con escrituras que llaman a la paz y a comportarse de acuerdo con el islam.
“Haremos lo que quiera la gente”, contesta sencillamente Abu Jafar, de 28 años y jefe de este departamento, a qué quiere Al Sham para Siria.
“Pero ya hemos visto lo que un presunto régimen laico ha hecho a nuestro país. Ahora queremos justicia”.
“¡Democracia, por supuesto!”, exclaman por su parte diferentes miembros del ELS en su base ante la misma pregunta.
“Todos somos hermanos y no queremos hablar sobre ellos”, dice Abu Tabarak, uno de los jefes de esta brigada, en referencia a Al Nusra, que querría un régimen islamista y la aplicación de la sharía en Siria.
En la puerta del edificio del Gobierno provincial, ahora base de Al Nusra, uno de sus oficiales, enmascarado, dice con amabilidad pero con firmeza que no van a hablar con la prensa.