En esta ciudad de 120.000 habitantes, al borde del lago Titicaca, había confusión pues la situación parecía normalizarse el domingo, tras el anuncio de un acuerdo entre el Gobierno y las autoridades locales pero, ayer, centenares de indígenas aimaras venidos de zonas rurales volvieron a ingresar a la ciudad para protestar.
El ambiente era de temor. Más de 3.000 manifestantes habían llegado a Puno y aunque no habían bloqueado vías sí obligaron a que los comercios cerraran las puertas, mientras los transportistas guardaron taxis y buses por miedo.
El puerto sobre el Titicaca (el lago navegable más alto del mundo, a 3.800 metros de altura) funcionó normalmente ayer, lo que permitió el desplazamiento de turistas.
La protesta se inició hace tres semanas en Desaguadero, frontera entre Perú y Bolivia, y el martes pasado se extendió a Puno, ciudad turística y comercial que fue bloqueada, lo cual impide la entrada o salida de personas.
Originalmente, la protesta era contra un proyecto para explotar plata de la canadiense Bear Creek, pero con el curso de los días esta se extendió a la minería en general.
El ministro del Interior, Miguel Hidalgo, informó ayer en Lima de que en Puno se ha recuperado la calma, pero reconoció que todavía hay un poco de resistencia. Wálter Aduviri, líder de la protesta, dijo en Puno que mantendrán la protesta de forma indefinida.