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La corrupción endémica, el excesivo peso político del ejército, las numerosas violaciones a los derechos humanos y la falta de oportunidades para la mayoría de la población son factores que colocan a Pakistán en caída libre.
Explicar cómo llegó hasta ahí es complejo y cabría incluso remontarse a los orígenes de un país surgido de una división religiosa y que no respondía a una agrupación geográfica natural.
También habría que referirse al fracaso en la consolidación de instituciones que funcionen, con la única excepción del ejército, que se ha erigido en piedra angular del Estado y ha impuesto su orden de prioridades durante más de medio siglo.
El resultado es que el último informe de la revista
El escritor y periodista Ahmed Rashid, autor del libro
Para el ejercicio 2010-2011, el gasto en defensa se eleva en un 30% para llegar a casi ocho billones de dólares, más de una quinta parte del gasto total del país.
El Secretario de Defensa, el general Syed Athar Alí, reveló que había advertido a su homólogo estadounidense, Robert Gates, que “se aproxima el momento de repensar nuestras prioridades de seguridad sobre amenazas externas. Podríamos detener las operaciones en las zonas tribales y volver nuestra atención a la frontera con India”.
Incluso se ha hablado y se ha escrito mucho sobre el supuesto apoyo de la inteligencia pakistaní a los talibanes. Un nuevo informe de la London School of Economics dice que hay muchos indicios de que este apoyo realmente existe. Islamabad lo niega.
Esta es una de las claves del descenso de Pakistán al caos. Desde la creación del país, los militares impusieron como prioridad absoluta el enfrentamiento con India a cualquier precio.
Eso incluyó la promoción, más o menos encubierta, de grupos radicales que hacían la guerra sucia en Cachemira.
A partir de los años 80, también supuso el apoyo a grupos violentos en su otra frontera, la afgana, para evitar que India llegara a tener influencia en el vecino país, aunque eso significara dar apoyo a grupos que predicaban la instauración de un islam radical y la vuelta al siglo XIII.
Los llamados “talibanes punjabíes” tienen una agenda “no del todo clara”, según el director del Instituto de Estudios de Paz, Muhammad Amir Rana, “pero son peligrosos y quieren imponer el miedo a la población”. De ahí el aumento de atentados en el corazón del país a ciudades como Rawalpandi o Lahore, adonde este tipo de violencia no había llegado.
Esta expansión se da en un contexto de gran privación: 24% de la población vive bajo la línea de pobreza. Hay corrupción endémica y falta de educación básica. Mientras el gasto militar sube, menos del 3% del presupuesto se destina a educación en un país en que los datos oficiales sitúan el analfabetismo en cerca del 50% de los 177 millones de habitantes.
En las zonas tribales, las estimaciones oficiales dicen que solo 30% de los hombres y 3% de las mujeres saben leer.
El Brookings Institute de Washington acaba de hacer pública una investigación en la que se concluye que la baja tasa de escolaridad es un claro factor de riesgo de aumento de la violencia.
Una encuesta publicada este mes por el Pew Center de Philadelfia muestra que 18% de los pakistaníes (más de 30 millones de personas) expresan su confianza en Osama Bin Laden y su organización terrorista al-Qaeda y que la actuación de terroristas suicidas tiene un apoyo del 8% (cerca de 15 millones), cifra que en 2009 era solo del 5%.
En palabras de Ahmed Rashid, “eliminar el extremismo del país va a exigir del gobierno y del ejército un cambio del modelo estratégico que debe afectar la política interior y exterior de Pakistán, las relaciones con sus vecinos y cambiar las prioridades en los intereses nacionales”.