Dos países latinoamericanos, Venezuela y Brasil, se adjudican modelos nacionalistas, pero la aplicación de ambos es diferente.
Gino, un peruano que vive en Caracas, hace una fila de tres cuadras en uno de los locales de Mercal, la cadena estatal de supermercados creada por el gobierno de Hugo Chávez, para comprar a bajo precio arroz, azúcar y leche.
Víctor, otro peruano que vive en Brasil, hace una fila de tres personas por los mismos productos en una de las cientos de tiendas que la cadena Pão de Açúcar tiene en Río de Janeiro.
Ambos, peruanos con derecho a voto, piensan, en sus respectivas filas, sobre las opciones por evaluar, con miras a la elección del domingo 5 de junio. Y ambos entienden la palabra “nacionalismo” de manera diferente.
Sin embargo, los principales indicadores de ambas economías son ampliamente distantes. Basta solo con mirar la tasa de inflación: Brasil estuvo muy preocupado con el incremento de precios en 5,91% en el 2010, mientras que Venezuela registró, irremediablemente, un aumento de 30,9%.
Si ambos países aplican modelos nacionalistas, ¿por qué la diferencia de resultados?
“El modelo nacionalista de desarrollo de Hugo Chávez es el de sustitución de importaciones orientado al mercado interno. Venezuela ha sido encorsetada como economía primaria exportadora dependiente del petróleo”, afirma el internacionalista Farid Kahhat.
En este panorama, sin embargo, se han dado ciertas excepciones a favor de alguna industria local.
“Se trata de algunas plantas de ensamblaje de los tractores iraquíes y de armamento ruso; pero, en términos generales, no existe industria. La alimentaria, por ejemplo, ha colapsado y el país se abastece básicamente de importaciones”, afirma el profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Luis Popa.
En el modelo venezolano, se procura que el Estado sea el dinamizador de la economía. Para ello, cuenta con los ingresos provenientes de la explotación petrolera a través de la principal empresa del sector: Petróleos de Venezuela (PDVSA), la cual garantiza al Gobierno una suficiencia de recursos para intervenir el mercado cuando este lo crea conveniente.
“Hay una política subsidiaria de la canasta básica a través de las redes de supermercados estatales Mercal, y existe control sobre las importaciones y el tipo de cambio, lo que crea, a su vez, un ya famoso mercado negro en varios sectores. El Gobierno está presente en casi todas las actividades y repite el manicomio cubano”, explica Popa.
En este contexto, todas las entidades del Estado marchan al ritmo del régimen. Esto quiere decir que hasta el Banco Central de Venezuela responde ante el mandato de la política económica.
“Como todas las instituciones públicas, el presidente del Banco Central es nombrado por el Gobierno, lo que le permite disponer de las reservas internacionales para sus propios objetivos. El argumento es que, en un régimen elegido democráticamente, no debería haber instituciones independientes de las autoridades elegidas”, explica Kahhat.
Un ejemplo puntual sería la compañía de hidrocarburos Petrobrás y otras industrias estratégicas en las que el Estado tiene una participación significativa.
Sin embargo, para los especialistas, el modelo seguido por Brasil no se originó en el gobierno de Luiz Inacio Lula Da Silva y continuará más allá de la actual presidenta Dilma Rousseff. “Este nacionalismo tiene que ver con los intereses de Brasil como nación en el mundo; es la aplicación geopolítica de su visión de país”, explica Popa.
En este país –aclaran los analistas– no importa si el partido en el Gobierno es de izquierda o derecha. Brasil no ha cambiado su estrategia de diversificar su economía en varias actividades productivas primarias, pero también se ha enfocado en la industria.
“Lula tuvo el buen tino de continuar las políticas iniciadas por Fernando Henrique Cardoso, pero agregando acciones que su grupo político, el Partido de los Trabajadores (PT), ya aplicaba en algunos estados. Subió el salario mínimo, se enfocó en la redistribución, pero respetó la economía de mercado”, explica Kahhat.
Sin embargo, no todas son luces. Según el abogado Javier Tovar, “hay una sensación general de que Brasil tiene una política de protección a sus compañías. Para entrar en ese mercado hay que tener socios brasileños y, además, tienen un sistema legal muy complejo.
“Hacer negocios en Brasil es complicado, y ellos lo reconocen. Prevalece una óptica de seguridad nacional”, opinó Kahhat.