“Me cayeron pedazos de la casa sobre la pierna. Quedó destrozada... cuando reaccioné quise ayudar a mi madre, pero no pude levantarme, quería ayudarla”, rememora el joven.
Las lúgubres paredes verdes del hospital están apenas iluminadas por focos que parpadean debido a un suministro fluctuante de electricidad.
En la mayoría de calles del poblado quedan sin remover escombros de las casas destruidas por la furia del terremoto de 7,4 grados de magnitud de momento que, según el último balance oficial, ocasionó 52 muertos, 22 desaparecidos, 155 heridos y miles de damnificados.
Elisea Álvarez (55) vende a la intemperie alimentos a las pocas personas que pasan por un camino de San Marcos.
“Estábamos adentro de la casa cuando empezó todo a moverse y salimos corriendo. Ese edificio (señala) de la funeraria ¡cómo se movía!... y se fue la luz”, narra la mujer aún atemorizada por las leves réplicas que siguen remeciendo la región.
A pocos metros, varios pobladores se agolpan frente a una vivienda de dos pisos a punto de colapsar. Los habitantes corren presurosos para rescatar pertenencias a pesar del peligro.
Para calmar el temor, una vecina reparte una bebida caliente elaborada con una hierba que llaman “flor de muerto”, que “es buena para tranquilizar los nervios”, dice Milvia Sánchez .