Durante los próximos siete días, se espera que el nuevo Consejo Nacional de Transición (CNT) ponga las bases para la convocatoria de una conferencia nacional que sirva para diseñar una estrategia y discutir las diferencias dentro de la llamada “coalición del 17 de febrero”.
Con esa tarea llegó el viernes a Trípoli el presidente del CNT, y cabeza política visible de los rebeldes, Mustafá Abdulyalil.
En su primera visita a la capital desde el alzamiento, Abdulyalil ha tenido reuniones con miembros del CNT en Trípoli y con varios notables de la ciudad.
Jefes de clanes de la provincia occidental de Tripolitania –en la cual está ubicada la capital– así como líderes militares de zonas de actividad bélica, como Misrata, han criticado al CNT por la falta de avances palpables en la reconstrucción del país.
El más crítico ha sido el líder militar islámico Ismail al-Salabi, quien ha pedido la renuncia de la autoridad de transición.
En el foco de la polémica interna está el primer ministro del CNT, Mahmud Yibril, un tecnócrata que colaboró con el anterior régimen en un fallido intento de apertura económica.
A Yibril, algunos grupos en Trípoli, Misrata e, incluso, en la propia capital rebelde, Bengasi, le recriminan que haya pasado viajando por el extranjero y no se haya ocupado de los problemas más acuciantes.
A ello se une el complejo origen de los grupos que conforman la “coalición del 17 de febrero”, nacidos de un sistema tribal.
Aunque el discurso oficial, tanto de los ciudadanos como de los políticos, es que el alzamiento ha unido a los libios bajo una sola bandera, la realidad apunta a derroteros contrarios.
El mejor ejemplo de esta situación es el de la tribu de los Warfalla, la más populosa del país y a la cual pertenece una sexta parte de la población libia.
Dividida en 52 clanes, una parte de ella ha abrazado la revuelta, mientras que el resto se mantienen fieles al antiguo régimen y resisten en los oasis meridionales de Bani Walid, Sebha y Jufrah, y la ciudad costera de Sirte, cuna de Gadafi.
Pero también existen viejas rencillas regionales, como la tradicional rivalidad entre la Tripolitania y la Cirenaica, donde se halla Bengasi, y cuestiones étnicas, como las fidelidades de los bereberes del oeste, unidos al alzamiento, y los nómadas del sur, más proclives a Gadafi.
Igualmente, poblaciones como la de Misrata, que es la que más sangre ha aportado a la guerra, quieren ver su sacrificio compensado.
Saadi fue interceptado por una patrulla de las Fuerzas Armadas de Níger mientras transitaba por ese territorio en un convoy. Amadou aclaró que los miembros del convoy se van a beneficiar de la hospitalidad que Níger ha decidido ofrecer a los fugitivos libios.
Según el portavoz, el mandato de arresto internacional no incluye a Saadi, por lo que no hay ningún problema en permitir su estancia en el país.
Con la confirmación de la huida de Saadi, antiguo jugador de futbol profesional, solo siguen en paradero desconocido el propio Gadafi y sus hijos Seif al-Islam, que estaba llamado a suceder a su padre en el poder, y Mutasim, jefe del Consejo de Seguridad Nacional. La mujer de Gadafi, Sofía, y tres de sus hijos, Mohamed, Aníbal y Aisha, fueron acogidos por las autoridades argelinas que alegaron “razones humanitarias”.
El 4 de setiembre, el portavoz militar de los rebeldes libios, Ahmed Omar Bani, anunció la muerte del hijo de Gadafi, Hamis, en combates en Tarhuna, a 90 kilómetros al suroeste de Trípoli.