Jerusalén. EFE Israel mira con ansiedad a su vecina Siria, donde las protestas populares podrían forzar la caída de Bashar al-Asad y abrir la puerta a un nuevo régimen que fortalezca la influencia de Irán en la región.
Siria es un país técnicamente en guerra con Israel y que reclama la devolución de la meseta del Golán, ocupada en la guerra de los Seis Días de 1967. La perspectiva optimista es que el régimen baasista diese paso a un Ejecutivo democrático, secular y liberal que alejase a Damasco de Teherán y lo acercase a Occidente, facilitando el regreso a negociaciones con Israel y la firma de un acuerdo de paz que minimice la amenaza de un conflicto armado.
En el otro extremo de lo posible está que la apertura democrática lleve al poder a los Hermanos Musulmanes y que estos potencien las relaciones con Irán y el apoyo a los movimientos islamistas y milicias de Hezbolá , en Líbano, y Hamás, en los territorios palestinos, aumentando su poder.
“Siria puede evolucionar hacia una mayor implicación iraní, más abierta, más pública, o hacia lo contrario, una Siria más independiente de Irán”, dijo Igal Palmor, portavoz del Ministerio de Exteriores israelí. Si a su alrededor “llegan a establecerse democracias, sería claramente positivo, tanto para los pueblos involucrados como para Israel”, señala Palmor, que añade que el problema está en lo que pasará “hasta que se establezcan democracias estables, porque puede llevar tiempo en países que nunca han tenido esa experiencia”. Para el profesor Moshe Maoz, experto en islam y Oriente Medio en la Universidad Hebrea de Jerusalén, uno de los peligros inmediatos de los cambios en Siria es que “Asad trate de desviar la atención e inicie una acción agresiva contra Israel, quizás por medio de Hezbolá o Irán”, aunque lo considera “una posibilidad remota porque una guerra entre Siria e Israel significa la destrucción de Siria”.