Isabel II, de 85 años, depositó una corona de flores en el Jardín del Recuerdo de Dublín, dedicado a los irlandeses que murieron luchando por la libertad de su país, en el primer acto cargado de simbolismo de este viaje de cuatro días rodeado de un amplio despliegue de seguridad por las amenazas de grupos disidentes republicanos extremistas.
Mientras la soberana británica y la presidenta irlandesa, Mary McAleese, escuchaban con semblante serio los himnos, a escasos cientos de metros del monumento, varias decenas de manifestantes, retenidos por la policía, protestaban por su presencia.
La reina había cambiado por un modelo más discreto el abrigo y sombrero verde esmeralda (el color de Irlanda) que en honor de sus anfitriones exhibió a su llegada al aeródromo militar de Casement, cerca de la capital, junto a su esposo Felipe, duque de Edimburgo.
Tras una pequeña ceremonia protocolaria, ambos se trasladaron a la residencia oficial de la presidenta, para quien esta visita es “un momento extraordinario en la historia de Irlanda”.
El viaje fue propiciado por los acuerdos de paz del Viernes Santo que en 1998 pusieron fin a 30 años de violencia entre protestantes unionistas y católicos republicanos en Irlanda del Norte, y permitieron normalizar los lazos entre ambos.
Pocas horas antes de la llegada de la soberana, artificieros del Ejército desactivaron un artefacto explosivo “casero, pero en estado de funcionar” en un autobús en Maynooth, pequeña localidad del condado de Kildare, en donde la reina visitará mañana las caballerizas nacionales irlandesas.
La bomba se halló la noche del lunes tras una llamada anónima atribuida a las facciones disidentes del hoy inactivo Ejército Republicano Irlandés (IRA).
Irlanda movilizó 10.000 soldados y policías para la visita y tuvieron que responder en las últimas 24 horas a por lo menos a ocho alertas, que se revelaron todas infundadas.
El programa de la reina, que culminó su primera jornada en el prestigioso Trinity College, incluye hoy otros lugares sensibles, como el estadio Croke Park, donde las fuerzas británicas mataron a 14 personas en 1920, un episodio clave de la guerra por la independencia irlandesa, y el memorial de la Primera Guerra Mundial, en honor de los caídos que lucharon con el Reino Unido.