Dubái
Desde que Hasan Rohaní ganó las elecciones en Irán, los analistas tratan de responder si su mandato será un verdadero cambio, parte del debate tiene que ver con quién es Rohaní; otra parte, con cuáles son los límites al ejercicio del poder del presidente.
El mandato de los iraníes está claro. Quieren una reforma del sistema y, tras el trauma de la controvertida reelección de Mahmud Ahmadinejad en 2009, se han resignado a que sea paso a paso. Aunque Rohaní no es un reformista, su estilo moderado y pragmático ha despertado esperanzas dentro y fuera de Irán. Este es un repaso de los posibles cambios:
Economía. Es el asunto que más preocupa en Irán y el ámbito en el que sus presidentes tienen más autonomía. Durante la campaña, Rohaní hizo eco del malestar popular. Tras el desastre en la gestión de Ahmadineyad, las expectativas son muy altas. "La Administración no puede hacer milagros. No podemos librarnos de la inflación y el paro devastadores de hoy para mañana", se ha sentido obligado a advertir el expresidente reformista Mohamed Jatamí, cuyo apoyo a Rohaní fue crucial. El presidente electo ha dicho que va a mantener los subsidios "por ahora", y ha vinculado la grave crisis económica con las sanciones por el programa nuclear. Se espera que encomiende los ministerios económicos a tecnócratas en vez de a amiguetes. Su jefe de campaña, Mohamad-Reza Nematzadeh, está considerado uno de los gestores más capaces que ha dado la República Islámica (a pesar de lo cual fue despedido por Ahmadinejad de la Compañía Nacional de Petróleo).
Crisis nuclear. El asunto que más preocupa fuera de Irán y el que está fuera de sus competencias, ya que como todo lo relativo a la seguridad nacional depende del líder supremo, el ayatolá Ali Jameneí. Rohaní, que tiene buenas relaciones con este, fue el primer jefe negociador nuclear y, como tal, acordó una suspensión temporal del enriquecimiento de uranio en 2004. Ahora ha dicho que "el tiempo de suspender el enriquecimiento" ha pasado; sin embargo se ha mostrado partidario de una "mayor transparencia" para convencer al resto del mundo de que Irán no busca el arma atómica. Es un claro cambio de tono y estilo respecto al bombástico Ahmadinejad. Podría ayudar a reanudar la cooperación con el OIEA y fomentar medidas de confianza, pero solo sería el inicio de un largo proceso. Si EE UU no responde levantando algunas sanciones, todo quedará en la nada.
Política exterior. Rohaní ha subrayado su deseo de mejorar las relaciones con los vecinos, en particular con Arabia Saudí, el principal rival de Irán por la hegemonía regional. Ambos países se consideran además cabeza de dos ramas antagónicas del islam (suní y chií, respectivamente). En su primera comparecencia ante la prensa, mencionó La Meca y se refirió a los saudíes como hermanos. Desde el reino árabe se ha respondido con un apoyo condicionado. Pero en el conflicto clave de Siria, donde Teherán y Riad libran una guerra por interposición, el nuevo presidente iraní ha reiterado la postura oficial de su país: es un asunto interno que tienen que solucionar los sirios y el futuro de Bashar al-Asad debe decidirse en las elecciones previstas para 2014. Para Irán, se trata de un aliado estratégico cuya pérdida dificultaría además sus contactos con Hezbolá.
Relaciones con Estados Unidos. Estrechamente vinculado con lo anterior y similares advertencias. Muchos analistas están convencidos de que el dossier nuclear no va a avanzar mientras ambos países no restablezcan los lazos diplomáticos interrumpidos tras la revolución de 1979 y la toma de la Embajada norteamericana en Teherán. Rohaní ha dicho: "Existe una vieja herida, pero tenemos que buscar la manera de curarla; no queremos aumentar la tensión". No cabe esperar un cambio radical durante su mandato presidencial, pero sí puede iniciarse la distensión.
Israel. Ni mencionarlo. Sigue siendo una de las líneas rojas de la República Islámica, junto con el velayat-e faqih (literalmente, Gobierno del jurisconsulto; es el principio que antepone el poder del líder supremo al de las instituciones electas, incluido el presidente) y los capítulos políticos de la Constitución.
Sociedad civil. Es en este terreno donde los analistas ven más posibilidades de que deje una impronta. Durante su primera conferencia de prensa habló de mejorar la libertad de expresión, de reabrir las asociaciones profesionales clausuradas (de periodistas, sindicatos, etcétera) y del papel intermediador de las organizaciones de la sociedad civil.
Mujeres. Durante toda la campaña, Rohaní ha hablado de los derechos de las mujeres y de las minorías étnicas. Eso ha caído bien entre las feministas iraníes que, aunque acalladas por la represión de los últimos cuatro años, han seguido manteniendo sus redes de activismo en la clandestinidad y constituyen uno de los movimientos más interesantes de la sociedad civil. Sin embargo, el presidente electo no ha concretado en qué se traduce su compromiso con ellas. Nadie espera que levante la obligación del velo. Tal vez pueda alentar que la policía moral les atosigue menos y volver a autorizar las asociaciones que les cerraron los ultraconservadores. Pero es un tema delicado porque es también el más fácil de manipular por los sectores reaccionarios.
Presos políticos. La puesta en libertad de los líderes reformistas Mir-Hosein Musaví, Zahra Rahnavard y Mehdi Karrubi, además de los numerosos activistas detenidos a raíz de las protestas de 2009, ha sido una petición constante de los asistentes a sus mítines. Sin comprometerse directamente, ha contestado: "Intentaremos liberarlos a todos". En realidad, eso está en manos del aparato de seguridad (que ha ganado un enorme poder en los últimos cuatro años) y, en última instancia, del líder.
Estado policial. Rohaní ha defendido que "debe ponerse fin a la supresión y el radicalismo de los ocho últimos años". No está claro que quienes controlan el poderoso aparato de seguridad estén dispuestos a ceder terreno a quienes no opinan como ellos. De momento, observan desde el tendido.