Ecatepec (AFP). Un estruendo ensordecedor interrumpió la madrugada hoy el sueño de los habitantes de San Pedro Xalostoc, una humilde comunidad del centro de México. Perseguidos por las llamas, adultos, niños y animales salieron despavoridos sin entender de dónde provenía la explosión, que dejó al menos 24 muertos.
“Me desperté con un susto en el pecho cuando tronó el techo de mi casa, que es de lámina de asbesto”, recordó, entre lágrimas, Clara Anaya, habitante de este olvidado rincón del municipio de Ecatepec, que se asienta al filo de una autopista en las afueras de la capital mexicana.
Antes de que amaneciera, un camión de doble cisterna que transportaba gas por esa carretera -que conecta los estados de México e Hidalgo (centro)- perdió uno de sus dos remolques, que se volcó hasta incendiarse.
Como un cometa, una de las cisternas voló unos 80 metros sobre casas de lámina y un riachuelo de aguas negras, hasta aterrizar con una explosión mortal en el patio de la familia Silva.
Horas después, al salir el sol, solo quedaban los escombros humeantes de esta vivienda. Néstor Silva, su esposa Leticia y sus hijos de 6 y 12 años no alcanzaron a ver el amanecer. Todos perecieron instantáneamente. Como ellos, murieron otras 16 personas por explosión de gas y ahora el saldo llega a 24 en la tarde de hoy.
“Yo vi cuando el forense sacó los cuatro cuerpos”, explicó Humberto Zedillo, un carrocero de 45 años, que no acaba de salir del estado de shock tras la muerte de su primo Néstor. A su lado, pasan perros ovejas y conejos desorientados, algunos con heridas sangrantes y los ojos quemados.
Un olor fétido emanaba de los cadáveres de animales que no lograron salir de sus corrales para salvarse.
A diferencia de muchas de las casas de esa localidad, que son solo un conjunto de láminas superpuestas, la residencia de los Silva fue construida con ladrillos, pese a lo cual quedó reducida a cenizas.
La cisterna a medio quemar de la empresa Termogas yace en su patio junto con otros cuatro vehículos totalmente calcinados que arrastró a su paso.
Entre los escombros solo se reconoce la estructura metálica de lo que fue una bicicleta para niños y los restos de un refrigerador, aún en pie.
“Yo pensé que (la tierra) estaba temblando. Imagínese la fuerza, para que volara todo ese tramo la pipa (cisterna de gas) hasta caer en la casa. ‘¡Pum!’ Se incendió como si le hubieran echado un cerillo a un cartón con gasolina”, detalló Amalia Gómez, una vecina, mientras retira de un cable metálico lo que quedó de la ropa que había tendido para que se secara.
Por alguna razón que aún no determinaron las autoridades, el segundo remolque del camión cisterna se desprendió, liberando grandes cantidades de gas. El remolque enganchado directamente a la cabina permaneció con la primera cisterna sobre sus ruedas y el conductor, aunque herido, sobrevivió.
En tanto, el segundo remolque voló fuera de la autopista. El gas se esparció y “encontró un punto de ignición, lo que causó la detonación con una onda expansiva de unos 500 metros”, afectando ambos lados de la ruta, explicó un bombero que pidió el anonimato.
Con el rostro cubierto de hollín y sudor, el agente confirmó un saldo de 36 heridos mientras rociaba con agua las camillas en las que se habían transportado cadáveres y personas con graves quemaduras.
“¡Que nos digan dónde se llevaron a nuestros heridos!”, gritaba Clara Anaya, quien no sabe dónde pasará la noche con sus cinco hijos, luego de que el incendio arrasara su vivienda y el taxi con el que su esposo trabajaba.
“En mi casa de lámina vivíamos catorce, con la familia de mi hermano. Pero él, su esposa y sus niños no pudieron salir rápido porque una llanta (neumático) atoró su puerta y se los llevaron con quemaduras, pero no sé dónde”, agregó esta ama de casa de 31 años.
A su lado, una decena de personas se indigna y vocifera contra el presidente municipal, Pablo Bedolla, quien habría pasado por el lugar “sin escuchar” los reclamos de los humildes pobladores, en su mayoría asentados de forma irregular en predios que no les pertenecen.
“Ahora Milton Valdés (propietario del predio en el que vive) viene a ponerse como dueño para obtener la ayuda del gobierno por las pérdidas. Y sí es el dueño, ¡pero los que perdimos todo fuimos nosotros!”, exclama Leobarda Huerta, una anciana de 70 años que asegura vivir en ese lugar desde hace más de 40.
“Nosotros somos los que hemos puesto el material y el trabajo para construir nuestras viviendas”, añadió la mujer desdentada, quien asegura que el padre de Valdés, el dueño inicial del predio y para quien trabajó gran parte de su vida, le prometió antes de morir que podría quedarse a vivir en ese lugar.