(FILE) A man holds a Colombian national flag and a banner that reads "No More FARC" as he waits for the arrival of a group of motorcyclists taking part in the "Caravan for Freedom" calling for the release of all Revolutionary Armed Forces of Colombia (FARC) hostages, on November 23, 2011, in Cali, Colombia. Colombia's FARC, the country's largest left-wing rebel group, vowed on February 26, 2012 to free 10 remaining police and military hostages and to end once and for all its practice of kidnapping civilians, according to a statement published on its website. AFP PHOTO/Luis ROBAYO (LUIS ROBAYO)
Si realmente quiere acabar con la guerra, Colombia tendrá que atravesar por una transformación profunda, pero ya el país está preparado para ello.
El desarrollo rural, garantías para el ejercicio de la oposición política, el desarme de las FARC y su incorporación a la vida civil, el combate eficiente del narcotráfico y los derechos de las víctimas, constituyen los cinco puntos de la agenda que a partir del 8 de mayo discutirán el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), primero en Oslo y luego en La Habana.
Tierra. “Colombia tiene 113.000 millones de hectáreas de territorio, de ellas, 40 millones (35%) están en manos de ganaderos y en ellas hay 25 millones de cabezas; es decir, menos de una res por hectárea”, señaló el analista León Valencia para graficar el problema.
Para Antonio Navarro Wolf , el éxito del diálogo de paz depende de ese primer punto de la agenda: desarrollo rural.
“Todas las guerras colombianas han tenido el tema agrario como principal motivo”, resaltó Valencia, exmilitante del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
El otro gran tema será la inclusión política, de manera que los guerrilleros tengan la posibilidad de incorporarse a la vida política.
Ya las FARC están empujando un nuevo partido político llamado Marcha Patriótica, y probablemente darle garantías será una de las condiciones para que avance el camino hacia la paz.
El temario es realista, según Valencia, porque no está en discusión el poder o la institucionalidad, pero también es claro que hay que hacer reformas profundas.
Añadió: “Con o sin proyecto de paz, Colombia se ha demorado mucho en hacer la reforma agraria. Con o sin proceso de paz hay que buscarle salida a la exclusión política y al tema de las drogas”.
Ambiente positivo. De los 50 años de guerra, desde hace 30 se han hecho esfuerzos esporádicos por la paz que, en algunos casos, han logrado acuerdos parciales.
Horacio Serpa, quien dirigió un equipo de negociación designado por el presidente César Gaviria (1990-1994), consideró que tantos fracasos han obedecido a un conjunto de razones.
En algunos casos, porque la guerrilla negociaba sin haber decidido realmente dejar las armas y otras porque el estamento político-militar no logró hacer frente a procesos que que entrañan concesiones.
Asesinatos, secuestros, matanzas han acabado con estos esfuerzos. Sin embargo, en esta ocasión, el éxito parece posible porque “el presidente (Juan Manuel) Santos no está dispuesto a repetir errores del pasado”, según Serpa.
“Yo diría que hoy hay más madurez en los sectores guerrilleros y en los institucionales. El diálogo no se hará en Colombia, no se cometerá el error de Tlaxcala (México), donde terminamos negociando con la prensa de por medio”, agregó el excandidato presidencial.
Para los expertos, otro elemento ha cambiado: la relación de poder militar entre unos y otros. Antes se hablaba de un empate técnico, ahora la guerrilla acusa graves pérdidas, incluyendo la muerte de sus principales líderes.
Para Valencia, las posibilidades de éxito radican en que las partes van a la mesa a reconocer que fracasaron en una solución militar. “Estamos ante un hecho en el que las dos partes no pueden derrotarse militarmente”.
En segundo lugar, indicó, en ambos bandos hay una redefinición del enemigo. Las FARC ya no ven en las élites a su principal enemigo, sino en los grupos de ultraderecha, mientras el Estado percibe como enemigos principales a la ultraderecha, a las mafias y al narcotráfico, y no ya a los guerrilleros.
Desmantelar a la guerrilla dejará al narcotráfico vulnerable, pero planteará también un gran problema: darle una opción a 100.000 familias de productores de coca.