A disabled reads a newspaper with the headline of Pope Benedict XVI resignation outside a Roman Catholic church in Manila, Philippines Tuesday, Feb. 12, 2013. Benedict announced his resignation Monday which is to take effect on Feb. 28, 2013. (AP Photo/Bullit Marquez) (Bullit Marquez)
Madrid. Siendo cardenal, Joseph Ratzinger había llegado a la conclusión de que la Iglesia católica se juega su futuro en el mundo desarrollado, de manera que, ya como Benedicto XVI, su mirada –y con ella la de la diplomacia vaticana– ha tenido como foco de actuación países donde la Iglesia ha visto en las últimas décadas cómo se ha reducido su papel en la toma de decisiones de calado social.
Para ello, el Papa se ha dotado de tres instrumentos: un Consejo Pontificio creado en el 2010 que bajo la denominación Para la Nueva Evangelización se ha centrado sobre todo en el proceso de creciente laicismo en Europa; unas conferencias episcopales nacionales especialmente activas frente a los Gobiernos y una labor diplomática dirigida por uno de sus hombres de confianza: el secretario de Estado, Tarsicio Bertone.
Esta combinación ha hecho que en muchos países la figura del nuncio (embajador) haya perdido peso específico en favor de los representantes locales de la Iglesia católica o directamente del jefe de la diplomacia vaticana en Roma.
Francia, Estados Unidos, Australia, Alemania o España, entre otros, figuran en la lista de los viajes papales. Lista en donde predominan los países europeos –algunos de ellos en repetidas ocasiones como es el caso de España– frente a los de otros continentes.
Cordialidad y firmeza. Visitas en las que la cordialidad personal de Ratzinger en sus encuentros privados con los gobernantes no ha evitado fuertes encontronazos con los Gobiernos a la hora de defender sus posiciones.
Un buen exponente, y que todavía está en vigor, es el enfrentamiento entre la Iglesia católica en Estados Unidos y la Administración de Obama sobre la obligación que tienen las clínicas católicas adscritas al sistema de mutuales de trabajo de dar a sus pacientes métodos anticonceptivos o abortivos.
El arzobispo de Nueva York, el cardenal Timothy Dolan –protagonista en algunas quinielas del próximo cónclave–, ha dirigido esta ofensiva en estrecho contacto con la nunciatura en Washington, acompañado de frecuentes viajes a Roma, ciudad donde se encontraba el lunes.
A veces, la iglesia local se ha visto sobrepasada por el enfrentamiento, como en el caso de Irlanda, que cerró su Embajada ante la Santa Sede. Dublín acusó en julio del 2012 al Vaticano de sabotear las investigaciones sobre casos de abusos sexuales.
Tras emitir una dura nota de rechazo de 24 páginas, Bertone puso toda la carne en el asador para que el primer ministro irlandés, Enda Kenny, se reuniera con Benedicto XVI menos de dos meses después. La reunión bajó notablemente el nivel de enfrentamiento. De hecho, Kenny el lunes rindió homenaje al Pontífice.
El segundo gran foco de actividad diplomática ha estado centrado en el mundo musulmán con la mira puesta en la protección de las minorías cristianas.
El Vaticano ha expresado en público y en privado su preocupación sobre la evolución de las primaveras árabes hacia regímenes islamistas. Al contrario de lo ocurrido en Occidente, aquí el papel de las nunciaturas y de los superiores de las órdenes religiosas ha sido fundamental.
En este contexto, el viaje a Líbano, en setiembre del año pasado, –con la guerra civil siria ya desatada y combates esporádicos en algunas ciudades libanesas– fue un mensaje claro del Pontífice a los líderes religiosos islamistas de que Roma no piensa tirar la toalla en una presencia en la zona que se remonta a las primeras comunidades del cristianismo.
El Vaticano ha tratado de buscar la alianza de sectores moderados del islam contra el avance laicista con medidas como oponerse a la prohibición del velo en las escuelas francesas. La diplomacia vaticana ha tratado también de proteger los intereses cristianos en la guerra civil siria manteniendo abiertos canales de comunicación con el régimen de Damasco.
Los cables filtrados en el escándalo del Vatileaks muestran que el dictador sirio, Bashar al-Asad, se dirigía al Papa con motivo de su aniversario, aunque no consta una respuesta desde Roma.
La misma estrategia se ha empleado respecto a Cuba. La visita a la Isla en el 2012 y la reunión del Papa con los hermanos Castro se enmarcan en la visión diplomática iniciada por Juan Pablo II de erigir a la Iglesia como interlocutor del Gobierno comunista y en un actor clave para una transición allí.