Al adentrarse por esa provincia panameña, fronteriza con Colombia, el primer impacto que recibe el viajero es el estricto control del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront), que hace pensar en una situación de guerra.
Ya desde Agua Fría, el puesto de seguridad en el límite entre las provincias de Panamá y Darién, a unos 200 kilómetros de la frontera con Colombia, queda de manifiesto la “autoridad” del Senafront y de su jefe, Frank Ábrego, un comisionado policial con formación militar que “está a cargo” de ese territorio, según sus hombres.
“Los periodistas tienen que presentarse en el puesto para decir qué van a hacer; nosotros no vamos a impedirles su trabajo, pero tienen que decirnos porque, si mañana sale algo en los medios que no nos dijeron, el comisionado Ábrego nos va a preguntar cómo pasó eso”, explicó el teniente al mando.
Cada persona es identificada e interrogada por un bisoño agente de la Brigada Oriental, ataviados todos ellos con uniforme de camuflaje de selva y fusil de guerra.
“Es que las cosas están calientes por aquí”, susurra un joven uniformado a modo de explicación.
Y sí que están calientes. Tras una larga travesía que incluye parte del trayecto por mar, el encuentro casual con lugareños en la remota Punta Patiño, una reserva natural propiedad de la Asociación Nacional para la Conservación de la Naturaleza (Ancon), en la costa del Pacífico, permite apreciar tanto los impresionantes paisajes de la selva darienita como recoger testimonios de la situación.
“Aquí, con el Senafront y todo, sigue pasando lo mismo: hay droga, se sabe por dónde pasan los guerrilleros, imagínese que hasta ‘piedreros’ (drogadictos que viven en la calle) hay en Punta Alegre”, comenta uno de los lugareños.
El presidente panameño, Ricardo Martinelli, auguró en mayo pasado que su país “pronto” será totalmente soberano porque las autoridades terminarán de expulsar del Darién a la “narcoguerrilla” de las FARC, de las que dijo que “ trafican droga en todo el territorio nacional”.
Otro fenómeno que se da en Darién es el tráfico de indocumentados, últimamente sobre todo de cubanos procedentes de Ecuador, país al que ingresan legalmente porque no requieren visado, y en el que comienzan un peligroso viaje por tierra hacia Estados Unidos.
El Servicio Nacional de Migración ha llegado a detectar hasta 90 cubanos a la semana y, por carecer de capacidad en sus albergues, se limita a abrirles un expediente y dejarlos en libertad.
En los caminos de la zona tampoco sorprende el tránsito habitual de camiones cargados con enormes árboles de maderas preciosas que se dirigen a aserraderos para su procesamiento o exportación.
Se trata de un negocio legítimo en el que, no obstante, se dan casos de tala clandestina y autorizaciones falsificadas.