A petitioner is approached by police outside the hospital where Chinese activist Chen Guangcheng is staying in Beijing on May 5, 2012. The woman, who expressed dissatisfaction with the Chinese government's treatment of petitioners, also asked to visit Chen. Blind activist Chen left US protection under a controversial deal reached on May 2 but has since said that he wants to go to the United States. AFP PHOTO / Ed Jones (Ed Jones)
Madrid. El País Internacional China no soporta consentir ni a Estados Unidos ni a ningún otro país que lo intente, una injerencia en sus asuntos internos, y para China la expresión 'asuntos internos' abarca todo lo que tiene que ver con su política y sus ciudadanos.
De ahí la dureza con que ha exigido a Washington la entrega de dos personas que en los últimos dos meses han tratado de refugiarse en las sedes diplomáticas estadounidenses: el disidente ciego Chen Guangcheng en la Embajada en Pekín, y en el consulado de EE UU en Chendu, Wang Li jung, antiguo jefe de policía de Chongquing y exbrazo derecho de Bo Xilai, exjefe del Partido Comunista chino en esa municipalidad de 30 millones de chinos.
El afianzamiento de China como potencia ha apuntalado su “tolerancia cero” a críticas públicas provenientes del exterior y mucho más si de esas críticas se deriva algo que las autoridades chinas consideran que les hace perder la cara.
El afán de Occidente en que el Gobierno chino respete los derechos humanos es uno de los reclamos que más molesta, como hizo evidente la concesión en el 2010 del Premio Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo o las invitaciones a exposiciones internacionales del artista disidente Ai Weiwei.
Cambio. La susceptibilidad es mucho mayor en este periodo en que China está empeñada en un delicado proceso de cambio de su liderazgo. A finales de año se celebrará el XVIII Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), en el que Hu Jintao y Wen Jiabao dejarán sus puestos en la cúpula de este y, seis meses después, en la jefatura del Estado y del Gobierno.
El Gobierno chino no hizo la más mínima declaración sobre la supuesta petición de asilo de Wang, quien se refugió en el consulado estadounidense tras aducir amenaza de muerte. En cuanto a Chen, guardó un absoluto silencio hasta que el activista volvió el miércoles a pisar suelo chino luego de seis días en la legación estadounidense.
El portavoz del Ministerio de Exteriores, Liu Weimin, aseguró que había sido “una injerencia inaceptable en los asuntos internos de China” y exigió al Gobierno de EE. UU. “que se disculpe” por haber permitido la entrada de un ciudadano a su Embajada “por medios irregulares”. Liu dijo que “China está muy molesta por este hecho”.
Aunque todo son conjeturas sobre el refugio de Wang Lijun, lo único claro es que no llegó a permanecer en el consulado ni 48 horas. Los diplomáticos de EE. UU. lo convencieron de entregarse a agentes del Gobierno Central, que se lo llevaron a un paradero desconocido.
Distintos analistas sostienen que Wang sacó los “trapos sucios” de Chongquing en el consulado, lo que originó no solo la caída de Bo Xilai (quien se postulaba para entrar este año en el máximo órgano de poder del PCCh, el Comité Permanente del Buró Político), sino también el arresto de su esposa, Gu Kailai, hoy detenida como sospechosa del asesinato del hombre de negocios británico Neil Heywood.
Sin embargo, por encima de todo, Wang desató un enorme malestar en Pekín por involucrar a EE. UU. en un asunto turbio, que afectaba al liderazgo del PCCh y las distintas facciones que se disputan el poder dentro del partido.
Quizás ese contexto de cambio, y la reunión entre autoridades de Pekín y Washington, esta semana, para discutir temas estratégicos, finalmente obligaron al Gobierno chino a ceder y, al menos de palabra, aceptaron permitirle a Chen viajar a EE. UU. a estudiar, invitado por una universidad de ese país.