Cifras de la organización no gubernamental Centro del Migrante Retornado (CAMR), que opera en el aeropuerto Toncontín en Tegucigalpa, hablan de 193.000 deportaciones desde el 2000.
El promedio anual de deportaciones es 19.300; sin embargo, cifras de últimos años han sido superiores hasta llegar incluso a 30.000 en el 2008, el año con mayor registro.
En lo que va de 2011, el CAMR ha atendido a 12.873 deportados.
Los deportados por México desde el 2003, cuando el CAMR empezó a acumular estadísticas de los retornos por vía terrestre, fueron 313.872. De estos, 11.047 corresponden a las cifras de este año.
“Los recibimos con tristeza, pero a la vez con alegría... a veces es doloroso porque se fueron bien y regresan enfermos o sin piernas”, expresó Aracely Romero, una de las empleadas del Centro.
Romero dijo que con frecuencia los migrantes retornan frustrados y tristes, pero otros se sienten felices de haber sobrevivido a los maltratos y peligro del viaje.
Decenas de hondureños, como tantos otros latinoamericanos que emprenden la aventura de cruzar hasta Estados Unidos por tierra, sucumben a la tortura o a la muerte a manos de las bandas del crimen organizado que operan en México.
Algunos de los deportados por tierra, que son recibidos en otro centro localizado en la frontera de Honduras con Guatemala, llegan sin piernas porque son arrollados por trenes en la travesía de México hacia Estados Unidos, señaló.
A su llegada al aeropuerto de Toncontín, deportados tienen un recibimiento cálido por parte del CAMR, se les permite hacer una llamada telefónica a sus familiares y se les facilita el dinero necesario para que puedan viajar a sus comunidades de origen.
Además, se les brindan servicios de salud y albergue por el tiempo que sea necesario hasta que puedan ir a sus comunidades.
“A mí me agarraron en Laredo, Texas, el 24 de julio; tenía dos días de haber entrado”, relató Edwin Ocampo. El hombre había trabajado cinco de sus 32 años en Nueva Orléans, de donde fue deportado anteriormente y por eso quiso repetir el intento.
Ocampo relató que fue llevado a un centro de detención y tuvo suerte de ser deportado pronto, porque muchos migrantes pasan meses encerrados antes de ser devueltos.
Dennis Sosa, de 22 años, reconoció que “en unos días” hará un nuevo intento de cruzar a Estados Unidos para huir de la delincuencia en San Pedro Sula, la segunda ciudad de importancia del país.
Más de un millón de hondureños viven en Estados Unidos –la mayoría sin indocumentados– que huyeron en busca de mejorar las condiciones de vida que enfrentaban en su país, donde el 70% de sus ocho millones de habitantes sobreviven bajo la línea de pobreza.