París. AFP. Los atentados de Argel del miércoles, justo tras la operación marroquí contra kamikazes islamistas en Casablanca, fueron la carta de presentación internacional de al-Qaeda en el Magreb y despertaron los temores a la extensión del terrorismo en el norte de África y el sur de Europa.
Reivindicados en nombre de esa rama de la red de Bin-Laden, que autorizó recientemente a usar ese nombre al Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), los tres suicidas provocaron con sus coches-bomba 33 muertos y golpearon símbolos del poder, como el Palacio del Gobierno o sedes policiales.
En su comunicado, el grupo prometió nuevas acciones “hasta la liberación de toda la tierra del islam”, incluyendo la “Al Andalus expoliada”, la provincia árabe que se extendía por toda la península Ibérica tras la invasión del año 711.
Además, el último ataque coincidió con que, la víspera, la policía marroquí acorraló a cuatro sospechosos, tres de los cuales se inmolaron y un cuarto fue abatido en Casablanca, donde ya el 11 de marzo se había volado otro suicida.
“La cuestión clave es: ¿van a internacionalizar sus acciones aún más, en Francia o en España con (terroristas) marroquíes?”, se preguntó Magnus Ranstorp, experto en terrorismo del Colegio Nacional de Defensa de Suecia.
Su colega español Fernando Reinares respondía efectivamente que estos sucesos “pueden interpretarse como un preludio de una serie de atentados que la extensión regional de dicha estructura terrorista planea llevar a cabo en países norteafricanos y de la Europa meridional”: España, Francia e Italia.
Sobre hasta dónde llegan los tentáculos de al-Qaeda, Ranstorp advierte: “Ahora tenemos un cinturón que se extiende desde Marruecos hasta Somalia”.