Gustavo Castillo Gaete, de 36 años, quien se consideraba una divinidad, apareció colgado de una viga en una casa abandonada cerca de la plaza principal de Cusco, donde llegó fugitivo de su país tras perpetrar el crimen en la ciudad chilena de Quilpué, al oeste de Santiago, en noviembre pasado.
“No tenía escapatoria, su captura era cuestión de horas. Es probable que por eso tomó la decisión de suicidarse”, dijo el comandante Juvenal Cerezeda, jefe de la Policía de Turismo de Cusco.
Según la Policía chilena, Castillo lideraba una secta y era el padre del bebé, que fue quemado vivo el 23 de noviembre en una finca agrícola de ese país, como un sacrificio antes del fin del mundo, previsto según una supuesta profecía maya para el 21 de diciembre del 2012.
El caso, que impactó la opinión pública y fue ampliamente divulgado en la prensa limeña, mantenía abiertos interrogantes sobre los motivos que llevaron a Castillo a llegar a Cusco.
En ese sentido, Cerezeda subrayó que se investiga qué actividades realizó el hombre en territorio peruano desde que ingresó el 19 de febrero pasado.
“Pudo haber hecho amistad con algunas personas, pero no creo que haya tenido vinculación con cusqueños para los fines de su secta. En Cusco no hay sectas religiosas, no hay agrupaciones de ese tipo”, añadió el jefe policial.
La Policía peruana informó que Castillo Gaete, que en su país se hacía llamar “Antares de la luz” y cuya secta indicaba consumir la planta alucinógena ayahuasca, pasó como un visitante más entre los miles que llegan a Cusco, la mayor atracción turística de Perú.