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Eran las 10 de la mañana de un martes. Marcela y Josué estaban a punto de entrar a un túnel con el techo de colores, en donde alguien los recibió con las palabras: “Bievenidos a la magia”.



Policías adolescentes, trabajadoras sexuales que superan las cinco décadas de edad, Maradona, ejércitos de campesinos y muchos ratones habitan entre las calles 4 y 10 del centro de San José. Su hogar está cercado por una frontera imaginaria que el resto de la sociedad teme traspasar. Los que están fuera lo ven como una zona de depravación y peligro; los de adentro, como su hogar.