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Hoy, cada vez más, leemos cosas que nunca se han impreso y nunca se van a imprimir, muy bueno para el ambiente (cortamos menos árboles), pero no tan bueno para la industria de las publicaciones, pues muchos se han acostumbrado a no pagar por leer.


Nada convence mejor a los lectores de gastar dinero como darles a probar delicias periodísticas y luego quitárselas. Ahí está de ejemplo la revista <em>The New Yorker</em> para probarlo. Después de regalar unos meses el acceso en línea a su archivo de publicaciones, los editores vieron (con sorpresa) un repunte de lectores dispuestos a pagar por sus textos.