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La concepción del mundo como prisión incita a la errancia en busca del Grial. Es un peregrinaje del ser humano al fondo de sí mismo, y es peligroso, lleno de trampas, y potencialmente fatal. Al final del camino, nos espera la anhelada redención.


En ocasiones me viene a la mente una frase extraviada del español Rafael Sánchez Ferlosio, que señala que «toda estética es una antigua ética». Irrevocablemente pienso en héroes vitalicios de la espléndida historia de la Ópera, inmersos en una ética personal y sublime: Parsifal, Lenski, Lohengrin, Andrea Chenier, Tamino, Manrico, y, por encima de todos, Sigfrido (Siegfried). ¿Será acaso la estética operística una consecuencia de la ética que desbordan sus personajes?