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De la mano de su amada Lucille, su guitarra y compañera de vida, dejó los campos de algodón del sur estadounidense para coronarse como el rey del blues y lanzarse a una vida de excesos y desamores.


La matrona del teatro costarricense siempre tuvo claro que debía seguir sus instintos, incluso si el arte que le dictaba el corazón iba en contra de la palabra de su propia madre.