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uro por Dios que vi a la Segua, su cara de caballo, los enormes dientes, la crin negra, la piel blanca, espanto del jinete que huyó como alma que lleva el diablo, sin esperar otro relincho de aquella ‘mujer’ que a primera vista se apareció hermosa, desprotegida, encantadora, solitaria, a la vera del camino.


Fue notable la ausencia de una mirada unificadora desde la dirección. La diversidad de estilos actorales obligó a cada actor y actriz a defender su propia visión de la obra y no un concepto unificado y coherente.