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Desde muy temprana edad me gustó leer. Recuerdo un episodio escolar: la niña Flora Alfaro, mi maestra de segundo grado en la Escuela Tranquilino Sáenz Rojas , nos ponía a leer casi a diario desde que inició el curso lectivo. Cuando solicitaba voluntarios para leer en voz alta, yo siempre levantaba la mano porque ya sabía leer ‘de corrido’.