En Suecia 1958 y 1962 fue un enigma un desquiciante calambur que ninguno de sus rivales logró descifrar. Garrincha tenía algo particularísimo: recibía el balón y en lugar de buscar espacios corría deliberadamente a enfrentar y driblar a sus contendientes. Gozaba haciéndolo.
Etiquetas Garrincha
La vida no acaba en el instante de quitarse las zapatillas de fútbol. Urge que alguien se lo cuente al ídolo.
En el fútbol ya no habrá reyes, solo soldados, oficiosos funcionarios, tuerquitas y poleas en un engranaje más o menos bien lubricado.