Cartago. Subiendo la cuesta del Fierro, Manuel paró en un puesto de la Cruz Roja para pedir que le hicieran un masaje en las pantorrillas o al menos le dieran un poquito de Zepol. Ya sentía el hierro del camino en las piernas, como tantos miles a estas alturas (a unos 8 kilómetros de la basílica de Los Ángeles), pero él con una grandísima desventaja.
Antes de comenzar su romería, en San Rafael Abajo de Desamparados, Manuel consumió su última dosis y no era una medicina. “Me quedaba una tocolilla y la maté”, dijo antes de sonreír a medias y mostrar en sus dientes el consumo de algo más que marihuana.
Manuel es drogadicto y a pesar de eso, vino a esta romería. Es más, fue justo por eso que decidió venir. “A ver si Diosito me ayuda a salir de los vicios”, dijo este hombre de 29 años que dice vivir solo, que dice ser taxista ‘pirata’ cuando está bueno, que dice tener un chamaco de 10 años y habitar cerca de la familia, a la que casi no ve por pasar más con “los compas del mal”.
Esta es su petición a la Negrita. La mayoría pide por la salud propia o la de un familiar, agradece por un favor divino o lo que cree es un milagro, pero Manuel solo pide fuerzas.
La causa de Manuel parece ser muy sincera y desesperada. Cree en Dios y por eso le pide que lo agarre de la mano y lo saque del hueco. Dice que por eso se tatuó el enorme rosario que ayer mostraba descamisado en medio de la muchedumbre vestida en su mayoría con ropa de deportistas (sudaderas térmicas, camisas dry fit , medias de compresión, el agua en un camelback ...).
A Manuel, se le ve el rosario y dos alas de ángel. En las piernas tiene tatuados, explica él, peces chinos. Lleva una mochila y los ojos muy abiertos. “Para ver a la gente buena”, dice.
Así vio a centenares de familias juntas, cientos de niños que caminaron decenas de kilómetros por decisión ajena. Vio decenas de camisetas de la Sele y también varias del equipo de fútbol Cartaginés (“aunque para esto, debería hacer una romería diaria”, bromeó José Masís).
Vio gente rezando, comiendo, renqueando. Vio devotos descalzos y a caballo, vio decenas de rótulos publicitarios y muchos pequeños negociantes tratando de hacerse su milagrito. Es decir, con el mazo dando.
Manuel entró al puesto de la Cruz Roja en la cuesta del Fierro, y vio también víctimas. Víctimas del cuerpo desacostumbrado a caminar. La fe puede mover montañas, pero exige práctica.
“Hace años, la gente venía en jeans (como Manuel) y zapatos burros, pero eran unos 4x4. Ahora vienen con ropa deportiva y tenis adecuadas, pero eso no es todo”, dijo un cruzrojista, mientras Manuel frotaba sus tatuajes de las piernas con un gel que regalaban en el camino.
Fue solo una pausa de cinco minutos. Ahí contó lo de la dosis previa, lo de los dientes debilitados por la droga, lo de la soledad y cuánto anhela “una ayudita del Hombre”, o sea, de Dios. Ya lo ha intentado, pero qué va.
Y siguió caminando entre tantos. El clima fresco y sin lluvia por la tarde ayudaba. Quizás vio a Kevin, un chileno que agradecía a la Virgen porque la selección de su país ganó la Copa América, “entre otras tantas buenas”.
Los llamados. Manuel también oyó a mucha gente rezar, oyó “a ¢500 los rosariooooos” y “dos aguas en ¢1.000” o “café gratiiiiis”. Oyó a voluntarios clamar para que nadie tire los desechos en el suelo, pero no había oído el llamado casi político de los obispos clamando por “la familia” como tema de esta romería.
No los oyó, pero lo vio en alguna camiseta. “Yo me apunto con la vida y la familia según Dios”, se leía en la ropa de una mujer que caminaba sola, muy sola.
“Es importante porque son un problema esas leyes de los homosexuales (reconocimiento de derechos de parejas del mismo sexo). Están separando a la familia”, dijo otra mujer, Vivian Godínez, acompañada de su esposo, Cristian Solano, y del hijo, Sebastián Jiménez, de 5 años, que solo pensaba en llegar para comerse “un helado gigante de chocolate”.
Todos iban al mismo lugar. Todos y distintos. Ahí llegó a las 6 p. m., Jafet con otro muchacho. No quiso contar cuál era su promesa, pero sí quiso desdeñar el llamado de los obispos por “la familia”. Él es gay y creyente, y punto.
“Cuando oigo eso, ni me inmuto. Por encima de todo está Dios”, sostuvo al llegar a la esquina de la explanada donde muchos buscaban sitio para pasar la noche y amanecer cerca de la imagen de la roca morena de la Negrita.
Cientos hacían fila para verla y para tomar agua de la fuente a la que atribuyen propiedades especiales. Otros miles hacían fila para devolverse en buses, tren o taxis pirata.
Ya estaba oscuro y lloviznaba. Por ahí andaba Manuel, deseoso de entrar de rodillas a la basílica. A ver si le pasaba como contó un romero de ascendencia china, no católico pero creyente en la Negrita. “Bueno, yo le pedí una vez un favor y se me hizo. ¡Funciona!”. Ojalá a Manuel se le haga.