Para ellos no hubo alfombra roja, ni banderitas de recibimiento, ni crema de pejibayes para la cena.
Pero sin el “ejército” de oficiales de Fuerza Pública habría sido imposible que San José luciera cuidada durante los últimos dos días. La cuota de sacrificio de 1.000 policías rasos incluyó largas jornadas de sol, de pie y sin baño cerca.
Eso sí, ellos siempre encuentran razones para disfrutar de sus responsabilidades, y así lo relata un joven porteño, quien trabajó turnos de 12 horas en las afueras del Hotel Real Intercontinental, en Escazú.
Su nombre queda guardado porque en la Fuerza Pública no les permiten dar declaraciones, pero su historia refleja el ánimo de ese cuerpo policial.
Es bajito de estatura, de verbo fácil y papá de dos niñas. Superadas las presentaciones, dice estar feliz, porque pudo dormir dentro del Estadio Nacional, un palacete del futbol que no conocía y que se convirtió en el campamento para los refuerzos que vinieron desde otras provincias.
De la comida no hay queja: “¿cuándo voy a volver a comer yo ahí, en ese hotel (Intercontinental)? Nos dieron papas, carne y fresco de tamarindo. Estaba bueno”.
Lo que le duele son las quemaduras por el sol de todo un día y la lejanía con su pequeñita de tres años que lo llamaba para preguntarle: “Papá, ¿cuándo venís?
Ser oficial es un trabajo duro y quizá el reflejo de no haber ido a la universidad, como se lo aconsejó su papá. “Él me dijo que me iba a arrepentir de estar solo en el surf”, recordó. Hoy quiere estudiar.
El policía no bajó la guardia en esas 12 horas y cada vez que podía se acordaba del Estadio: “Hasta me bañé en la ducha de Messi, ¡qué más quiero!”.
Que nadie le diga que el argentino no jugó ni un minuto, y que la ducha no la abrió ni para botar el chicle de aquel 26 de marzo del 2011.