)8/06/2012. Salida a la zona roja en Sanjose, frente al antiguo cine Libano. en la foto Ronny Alberto Mendez Fernandez. / Fotografias por Fabian Hernandez
Un delicioso olor a verduras calientes se mete por las fosas nasales. El plato se llena, mientras las manos temblorosas de Lobito sujetan la porción con recelo: Será su primera comida en 3 días.
Una sonrisa en su rostro desgastado ilumina la noche en aquella selva urbana y atraviesa las gotas de lluvia que caen por su rostro, de tupida barba, la cual le dio el peculiar apodo.
Lobito dice que ya echó raíces en la calle. Tanto así, que ya casi no recuerda su verdadero nombre: Ronny Alberto Méndez Fernández. La pérdida de su cédula contribuye con el olvido de su personalidad. Él relata que sus intentos de ingresar al Registro Civil terminan siempre en negativa.
Durante tres años de indigencia, este hombre, de 47 años, ha escuchado muchos no es. Uno es particularmente frecuente: el acceso a los servicios de salud. Una semana entera con calentura no ablandó al enfermero del San Juan de Dios, que escupió un frío no en su rostro.
La falta de sensibilización indica que el personal de clínicas y hospitales desconoce las disposiciones del artículo 16 del Manual de Procedimientos del Seguro por el Estado, que indica que tanto personas que residan en un centro, como quienes viven en la calle tienen derecho a ser asegurados por la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
El alcohol es el culpable de que Lobito se cobije bajo cartón en las noches. Cada día, él deposita unas 6 botellas de alcohol de 90 ° en su estómago. Al igual que él, un 67% de la población de la calle es alcohólica y un 54%, drogadicta, según datos de la Municipalidad de San José.
Como él, hay más de 1.600 invisibles en nuestro país, según el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS). A ellos, la sociedad los aleja, juzgándolos por su presente, sin importar qué los llevó a refugiarse en un búnker o en un lote baldío.
Amor de corazón. Para aplacar el hambre, el frío y calentar el corazón de muchos, en el país existen instituciones que realizan grandes esfuerzos para acercar a los habitantes de la calle a una vida donde el alimento y el cariño no son parte de un lejano espejismo.
Esto es lo que hace la Asociación Obras del Espíritu Santo con un plato de sopa caliente, que media como punto de acercamiento con aproximadamente 70 habitantes de la zona roja de la capital.
Esta asociación se organiza bajo el nombre Ministerio Zona Roja para Cristo y se encarga de que, los martes y viernes, los alrededores del antiguo cine Líbano hagan las de comedor. Aproximadamente, 40 voluntarios visten chaleco rojo y brindan alimento a los que que no comerían de otra manera.
Muchos indigentes viven del reciclaje y obtienen ingresos gracias a varios centros de acopio que reciben latas, botellas y plástico en los alrededores de la zona roja. Por una bolsa grande de botellas plásticas, el pago es de 1.000 colones; por una bolsa de latas, el pago va desde los 1.500 a los 2.000 colones. En un día, Lobito recoge de 4 a 6 bolsas, en una rutina de 5 a. m. a 7 p. m.
Alexánder Herrera, encargado de una de las recicladoras, asegura que a diario se acercan unos 40 indigentes. Sus contribuciones representan un 10% de los ingresos.
Princesas de la acera. Sentada en el pavimento, Amy Méndez Salas se acaba una ración de arroz y frijoles, embutida en una bolsa plástica. A su lado duerme Viviana, su pareja de vida. Ambas viven en la calle y utilizan la ayuda de varias entidades para sobrevivir.
Amy y Viviana almuerzan de lunes a viernes en el Comedor Siloé, mejor conocido como La Campana, administrado por una entidad cristiana que se mantiene a flote por donaciones.
Las muchachas utilizan también el Centro Dormitorio de la Municipalidad de San José. Allí encuentran ropa y sábanas limpias cada noche, pueden asearse, cenar y desayunar; pero, sobre todo, pueden dormir tranquilas.
El Centro Dormitorio fue inaugurado en el 2008. Es un proyecto municipal, administrado por la organización Casa Hogar San José. Tiene 103 camas que arropan a personas diferentes cada noche.
Durante el día, ambas venden chucherías en la calle para mantener a flote sus adicciones: el alcohol y la piedra de crack .
Amy, de 25 años, me cuenta cómo su niñez y adolescencia conflictivas la arrastraron al hoyo negro de las adicciones. Enumera los maltratos de su padre drogadicto y el abandono de su madre.
Con la voz quebrada, relata cómo fue ultrajada varias veces: por su primo cuando era aún una niña y por un desconocido que mantuvo el filo de una cuchilla en su garganta mientras abusaba de ella en un charral de San José.
Con lágrimas, recuerda que hace dos años no ve a su hijo, que hoy tiene 8. Un hijo que procreó “por necesidad” con un hombre de 49 años, mientras ella tenía 15, con la esperanza de salir de la pobreza. Este hombre la maltrató y la abandonó durante el embarazo y su bebé pasó gran parte de su existencia en un albergue. Amy sabe que lo adoptó una familia en Puriscal. Lo cuenta feliz, pero con algo de pesar.
El fenómeno de las mujeres que están en la calle es muy distinto al de los hombres, asegura la trabajadora social Mariela Echeverría: “A las mujeres se les da más contención por un asunto de afectividad de género. Además, acceden con más facilidad a los recursos.
Mujer de hierro. Roxana Aguilera Brenes subcoordina el Ministerio Zona Roja para Cristo y tiene cuatro años de trabajar con Obras del Espíritu Santo. Lo hace por agradecimiento, pues ella también vivió en las calles de San José.
“Tenía unos 23 años cuando, por malas decisiones, la vida me llevó a vivir en las aceras. A muchos de los que vienen por su platito de comida, yo los conozco de ahí ... Yo fui alcohólica y viví en las calles 6 años y gracias a Dios hoy estoy recuperada; tengo trabajo y familia”, relata.
Entrada en confianza, Roxana cuenta que para las mujeres es más compleja la situación de indigencia, pues viven bajo la constante amenaza del abuso sexual.
Ella pasó por un proceso de reinserción a la sociedad; tuvo fuerza para salir de la adicción y decidió cambiar el cartón por una cama. Hoy trabaja barriendo aceras con el municipio josefino y se dedica de lleno a Obras del Espíritu Santo, donde colabora en lo que le pidan.
Después de varios días, empezaríamos a comprender que las razones de permanencia de las personas en la calle son tan diversas como las excusas de las instituciones que no se han interesado en este problema social.
“Todos dicen; qué raro que ese mae sea piedrero, qué raro que esa chamaca viva en la calle, pero hay un trasfondo y nadie se preocupa por entenderlo”, exclama Amy Méndez con enojo. Ella, como muchos, tiene ese trasfondo.
La pertenencia a familias con un gran grado de disfuncionalidad, exposición y consumo de drogas y la carencia de redes funcionales en el entorno, arrastran a las personas a un consumo temprano, hasta que lo pierden todo: el hogar, la familia, los amigos, el trabajo, pero, sobre todo, la dignidad.