La ausencia de aceras en el que barrio donde vive, en San Diego, La Unión, Cartago, la obligan a tirarse a la calle.
Así es como sale a estudiar y a hacer mandados en su silla de ruedas.
Marisol Gómez se enfrenta a la hostilidad de la calle, pese a que siguen frescos en su memoria los dos accidentes que ha sufrido.
“La primera vez iba por la calle cuando un carro me dio por atrás. Cuando desperté, al día siguiente, estaba en el hospital”, recuerda esta mujer de 45 años.
El segundo percance ocurrió cuando intentaba atravesar la calle para ir a estudiar a un colegio universitario.
Aparte de la recuperación física, Gómez tuvo que buscar recursos para arreglar su silla. Eso no es sencillo, pues la reparación de ese medio para desplazarse puede alcanzar los ¢300.000.
El primer accidente le dejó inservible la silla de ruedas y en la segunda ocasión tuvo que pagar ¢250.000.
Además, el mal estado de las calles y las aceras deteriora más rápidamente la silla y reduce su vida útil, que en óptimas condiciones son cinco años.
Según Gómez, aquí comienzan a dar problemas a los 3 años y con ellos los cambios de repuestos cada uno cuesta unos ¢30.000).