Detrás de cada enfermo hay una historia, y la de María Luisa Díaz Vidaurre, de 83 años, incluye a su hija, Adriana Sánchez, y a una nieta de siete años, con quienes vive en Villa Esperanza de Pavas, San José.
La viejita llevaba 15 horas internada en Emergencias del San Juan con diagnóstico de sangre en los pulmones. Pasó toda la noche vomitando, primero en su casa y ahora en el hospital.
Adriana no se podía separar de ella porque al estar en una camilla, débil y enferma, en uno de los pasillos del San Juan, la señora requería de una asistencia que no le podían dar los saturados asistentes de pacientes.
Las 15 horas que había permanecido allí doña María Luisa eran las mismas que Adriana llevaba sin ir a trabajar como miscelánea. Su hija quedó al cuidado de una vecina.
La tarde del 17 de diciembre, el celular de Adriana no paraba de timbrar con mensajes de su jefe, recordándole llevar los comprobantes de que había estado ahí con su mamá, bajo el riesgo de quedarse sin trabajo al día siguiente.
La presión de la enfermedad de su mamá sumada a las demandas laborales y a la incertidumbre de dónde dejar a su hija para ir a trabajar si su mamá seguía hospitalizada, mantenían a Adriana con cara de angustia.
Esperaba los resultados de unos exámenes médicos mientras su mamá suplicaba por comida. Llevaba casi 24 horas sin probar bocado, pues los médicos no se lo tenían permitido para no alterar las pruebas.
“¿Y si me echan? Yo soy el único sostén de la familia... ¡Ahh! ¡Dios dirá! Mi mamá está primero”, comentó, mientras María Luisa intentaba conciliar el sueño con medio mundo pasándole al lado.