Karla Zúñiga trabaja ocho horas al día para destinar su salario de ¢450.000 al pago de deudas de la que era su mejor amiga. Luego, entra a las 3 p. m. a otra empresa a hacer horas extras para ganar dinero y subsistir.
Así es la vida de esta vecina de San Sebastián desde hace dos años, cuando debió asumir tres créditos por ¢20 millones que le heredó una compañera.
La primera vez que la fió fue en el 2009 en un préstamo por ¢10 millones que la deudora necesitaba para refundir cuentas.
A los tres años, ella le pidió a Zúñiga que la apoyara con un segundo préstamo por ¢7 millones en una cooperativa.
“Yo acepté porque ella iba pagando muy bien el primer préstamo. Necesitaba esa plata para hacerse un salón de belleza y yo la ayudé”, expresó Zúniga.
A los quince días, aceptó fiarle en un tercer crédito por ¢3,5 millones. Para su sorpresa, la deudora pidió un permiso sin goce de salario por tres meses.
“Me dijo que iba para los Estados (Unidos) a trabajar, pero a la semana se devolvió y ya no me contestaba el teléfono .
”Como ella no pagó el segundo y el tercer préstamo y faltaba parte del primero, las entidades me pasaron la deuda mí y me embargaron todo el salario ya que ella no tenía sueldo ni bienes a su nombre”, relató.
Karla entró en crisis. Por eso decidió hacer extras en otro lugar donde le pagan unos ¢200.000.
“A los tres meses, ella se reintegró a trabajar, pero no me hablaba. Le reclamé y me gritaba. Me decía que nadie me tenía de tonta fiándole. Hemos tenido muchas peleas en el trabajo, pero la jefa dice que no se mete porque es algo personal”, contó.
Karla pasó a sus dos hijos a un centro educativo público. Luego vinieron la depresión, los dolores de cabeza, la gastritis y el estrés.
“Me da por llorar. Muchas veces tengo que pedir prestado para el desayuno de mis hijos. Cuando le reclamé, ella me dijo que no se podía quedar sin plata porque tiene que mantener a los suyos.
Ella era mi amiga. Ahora solo siento ganas de golpearla, siento mucho odio y resentimiento por lo que me hizo”, relató.