Invertir tiempo en hacer felices a otros es el sentido que, desde hace diez años, tiene la Navidad para un grupo de mejengueros vecinos de Cartago.
Para ellos, sacar un día del último mes del año para compartir una fiesta con niños sin hogar se convirtió en tradición.
El grupo no tiene nombre ni afán de protagonismo. Su logística arranca desde octubre y empieza por seleccionar el lugar y hacer la lista con los nombres de los niños, edades y tallas. “La gente que colabora lo hace porque quiere, porque les nace. Es una ilusión que compartimos con nuestras familias desde el 2004. Aquí no se necesitan solo regalos, sino manos que quieran ayudar, dar tiempo y cariño”, expresó Fernando Rojas, organizador de la actividad.
Mejengueando. La idea surgió en una tarde de diciembre del 2004, cuando el grupo se fue a patear bola con presidiarios de la cárcel La Reforma, en Alajuela.
Después de la mejenga, se les ocurrió seguir, cada año, con una actividad de bien social.
“Esto se convirtió en una bola de nieve que va creciendo cada vez más. Aquí nadie tiene intención de figurar, sino de vivir una experiencia que impacta. Es dar un poquito de lo que uno tiene y de ser agradecido con la vida”, manifestó Glenford Bryan.
Las anécdotas varían anualmente, sin perder impacto y con la magia que encierra cada actividad, con su lugar y su gente.
“Antes de la fiesta, lo único que sabés es el nombre del niño y su edad. Cuando llegás al lugar, todo cambia y hay una magia indescriptible y una experiencia enriquecedora en todo sentido”, dijo Carlos Masís.
El grupo está integrado por compañeros de oficina, familiares, amigos, conocidos y quien quiera anotarse en la lista de un grupo que se compromete en elegir los regalos, “como si fueran para sus hijos”.
“Son experiencias que nos marcan. La idea no solo es dar el regalo, sino formar parte del grupo. Llevamos a nuestros hijos y es una lección de vida”, añadió Andrea Vargas, quien elaboró las invitaciones para la fiesta para 30 niños, que será el sábado 20 de diciembre en la guardería Inmaculada Niña, en Cartago.
Una semana antes de la actividad, Fernando Rojas y su esposa, Evelyn Salas, convierten la sala de su casa en una “base de operaciones” para recibir los regalos y coordinar los detalles.
Pese a que son los menos, no faltan quienes se anotan a la lista y a última hora fallan con el regalo u olvidan la fiesta.
“Para todo ese tipo de contratiempos, nosotros planificamos. La actividad no es improvisada. Nos preparamos muy bien y nunca se nos ha quedado un niño sin regalo. Si alguien falla, nosotros vemos cómo conseguir el regalo entre todos”, comentó Édgar Calderón, quien también cumple el rol de ser el animador de la actividad con los niños.
A la fiesta llegan payasos, inflables, un San Nicolás, música y piñatas para niños y adultos.
La empatía y evitar que algún niño se quede sentado es la tarea primordial de la fiesta.
La hora más difícil llega cuando hay que decir “adiós” porque que hay niños que piden irse con los “padrinos” que les llevaron sus regalos y departieron con ellos durante la fiesta.
“Ahí es donde ves que la Navidad no es un regalo. A veces son más valiosos un abrazo, el cariño y sentir que alguien se preocupó por vos”, manifestó Rojas.
No saber quiénes son los niños, sus reacciones y las anécdotas que compartirán en la fiesta, son factores que ilusionan mucho a estos voluntarios.