Para evitar que los tanques sépticos se rebalsen, Byron Cervantes mete con sus manos una manguera en la boquilla del depósito, la cual succionará el contenido y lo vaciará.
Mientras, Mauricio Argüello se sumerge en los tragantes y túneles de la capital para sacar los desechos descompuestos que tapan drenajes y provocan inundaciones.
Gerardo Artavia, entre tanto, no le teme a los gusanos y cucarachas que se amontonan en las bolsas de basura que él recoge todos los días en una carrera contra el camión.
Estos tres trabajadores tienen algo en común: ni el olor más nauseabundo los hace claudicar de sus labores, poco deseadas, pero muy necesarias.
“El olor no me estorba. A veces hasta almuerzo a la par del tanque séptico. Mi ocupación es un trabajo como todos. Desde la gente más pobre hasta la más rica tiene problemas con la caca. Hay tanques que tienen mucha agua y eso facilita la succión; los peores son los que tienen mucho sólido, porque tengo que batir las heces con una pala y echarles agua para que se aflojen y pasen por el tubo”, contó Byron Cervantes, de 28 años, quien lleva nueve de dedicarse a limpiar tanques sépticos.
La labor se complica cuando tienen que ir a fábricas a hacer este tipo de limpieza, ya que, luego de que se vacía el tanque, él debe meterse a sacar la madera o tierra que tapa el drenaje.
A pesar de que el Consejo de Salud Ocupacional considera que el uso de equipo de protección es vital para realizar este tipo de trabajos, que por su naturaleza son peligrosos e insalubres, a Cervantes le resulta mejor tener sus manos desnudas.
“A mí no me gusta usar guantes, es muy incómodo. Cuando me meto a los tanques lo único que me pongo son botas. Estoy acostumbrado a ensuciarme con las aguas negras.
”Me baño hasta que llego a la casa”, contó el joven, quien trabaja con un ayudante.
En promedio, Cervantes hace seis trabajos al día. De los ¢15.000 diarios que gana este cartaginés en esta actividad dependen dos hijos y su pareja.
Corriendo tras el camión. Gerardo Artavia comenzó el jueves la recolección de basura a las 6 a. m. Él vive en Canoas de Alajuela, y, para llegar con tiempo al plantel de la Municipalidad de San José, debió salir de su casa a las 4 a. m.
Él es delgado y con buena condición física, si no la tuviera se tardaría más en alcanzar el camión de basura con una bolsa llena de desechos en mano. Lleva 27 años en esta carrera detrás del carro de la basura.
Ha cargado miles de bolsas llenas con todo tipo de desechos, algunas con basura común, otras con animales muertos, heces, pañales, vidrios, latas o madera. Su horario de trabajo finaliza a las 2 p. m., pero si termina la ruta temprano se pueden ir a su casa.
Esa es otra razón para trabajar con rapidez.
“Mi trabajo es muy importante, la gente se da cuenta de la importancia de los recolectores de basura hasta que les reclama por las bolsas amontonadas al frente de su casa”, contó Artavia.
Su labor le ha permitido pagar los gastos del colegio de su hija de 13 años y la universidad de otra hija de 17 . El primer televisor que este alajuelense tuvo lo encontró en la basura, contó.
“El trabajo que uno hace es muy peligroso, uno no sabe si en la bolsa viene una jeringa contaminada. Una vez en Lomas del Río (Pavas) me encontré un feto. He encontrado ratas muertas, culebras... de todo”, narró.
Marco Muñoz, coordinador de los servicios de recolección del municipio josefino, dijo que hay un alto índice de lesiones en los recolectores. Antes, dijo, había mucha desmotivación entre los trabajadores porque no creían que su labor era importante.
“Hemos trabajado con ellos en la motivación, les hemos explicado que si no fuera por ellos, San José sería un basurero. Pero la gente es muy desconsiderada, echan vidrios y latas en las bolsas, tenemos alto índice de cortadas”, explicó el funcionario.
Los organismos de Byron y Gerardo parecen ser inmunes a las bacterias, olores y a sentir asco. Saben que su trabajo es difíci, pero alguien tiene que hacerlo.