Quepos. “¡Aquí su carro está más seguro y colabora con un niño!”
A todo galillo, un grupo de maestros de la Escuela de Paquita, en Quepos, se convierte en “cuidacarros” dos fines de semana al año, para recoger fondos que luego usarán en uniformes nuevos para sus alumnos más pobres.
Cuando las fiestas con corridas de toros se apoderan de este pueblo del Pacífico central, los docentes dejan las aulas y se ponen chalecos reflectivos. Ellos regalan dos de sus fines de semana libres.
Este año, el primer fin de semana como “cuidacarros”, fue del jueves 20 al domingo 23 de febrero, y La Nación los acompañó esa jornada. Al final de ese periodo, recaudaron ¢1,2 millones.
Doce horas. El sábado 22 de febrero, entre el bullicio de la gente, el calor intenso y la puesta del Sol, al ser las 3 p. m., la maestra Haydeé Bosque se puso el chaleco y empezó a gritar: “¡Parqueo, parqueo!”.
Los docentes prometen seguridad total a los carros que ingresan al estacionamiento a cambio de ¢2.000 de cuota. La escuela tiene 25 trabajadores, entre personal docente, administrativo, cocineras y el guarda de seguridad.
Franklin Mejía, el director, es la cabeza del proyecto. A él se unen 15 ayudantes.
Desde el 2010, convirtieron en parqueo temporal un lote cercano, y con la cuota que cobran reúnen los fondos para llenar algunas de las necesidades más perentorias de este centro educativo.
Una de las metas que se proponen, año tras año, es ver las aulas llenas de niños con sus uniformes completos y en buen estado.
A las 6 p.m., es inevitable que el dolor de pies empiece a hacer de las suyas tras una larga jornada.
Este es el momento de cargar las baterías, porque se inicia la parte fuerte del día: cuando más carros llegan a buscar un espacio del parqueo y las familias salen a disfrutar de las fiestas, aprovechando el fresco de la noche.
“En esta escuela hay 238 alumnos y alrededor de un 30% de ellos viven en extrema pobreza y llegan sin uniforme. Esta es la motivación principal para agarrar fuerzas, llenarse de buena actitud y salir a trabajar”, dijo Mejía.
Cosecha. Hasta ahora, los resultados han sido positivos, tanto así que Deikoll Smith, uno de los niños que ha recibido los beneficios de estos particulares vigilantes, demuestra, día tras día, por qué merece andar con su uniforme completo.
La sonrisa incansable de Deikoll y sus calificaciones, que no bajan de 95, son el pago que reciben los maestros de la Escuela de Paquita.
El niño vive con su mamá, Gabriela Quesada, de 26 años, y su hermano menor, de 2 años.
La madre dice que hasta el 2013, ellos vivían en una casa donde hacía falta una parte del techo, el piso era de tierra y no había ventanas, luz ni agua.
En la época de lluvia, esta familia debía guardar el agua llovida para poder rendirla lo más que pudieran durante el verano y así tener con qué bañarse.
“Son situaciones como las de Deikoll las que nos empujan a seguir. Sería una injusticia limitar la educación de estos niños por el simple hecho de que no tienen uniforme para asistir a clases”, comentó Ilse Avendaño, otra de las docentes “cuidacarros”.
Al ser las 9 p. m. del sábado 22 de febrero, el hambre, el intenso calor y el cansancio se apoderaban de los maestros que estaban aún en pie, gritando y motivando a los conductores: “¡Aquí su carro está más seguro y colabora con un niño!”.
Por ¢2.000, los choferes se aseguraban de que el carro quedaba bien cuidado en el parqueo de la escuela y que además podrían regresar hasta el momento en que se apagara la última luz del campo ferial.
Las horas transcurrían, los docentes hacían caso omiso de que ya llevaban más de seis horas de fatigosa jornada.
Con sonrisas en sus rostros y entre chistes, recibían carro por carro, indicándoles que su granito de arena se iba a ver plasmado en un alumno de escasos recursos.
Piden zapatos. Una de las principales necesidades que tienen los niños, según el director, es que llegan a la escuela en sandalias, y en las clases de Educación Física no pueden desarrollar las actividades, ya que que no tienen tenis adecuadas para correr.
Los maestros relatan que ellos van al centro de Quepos, cuentan la necesidad que tienen y los comerciantes les donan un par de zapatos o tenis para los alumnos.
Con el dinero recaudado este año, 30 niños recibieron una ayuda completa en uniformes y materiales de estudio.
Además, se compraron uniformes, zapatos, fajas, libros de estudio y embellecieron el comedor de la escuela.
En ocasiones anteriores, el dinero recaudado ha sido invertido en mejoras del centro educativo, como en una fotocopiadora, la soda escolar y el jardín.
Después de 12 horas de trabajo en el parqueo, algunos educadores se han marchado a sus casas. Sin embargo, la responsabilidad de garantizar un buen servicio mantiene algunos compañeros a la espera de que la jornada del sábado llegue a su fin.
Al ser las 3:00 a. m., sale el último carro de los 200 que ingresaron. El chofer se retira diciendo: “Muchas gracias por cuidarme el carrito”, pero aquí no termina la obra.
El director, los maestros, cocineras, conserjes y el guarda de seguridad reciben “el pago” de su trabajo una vez que ven ingresar a los alumnos con zapatos nuevos y el uniforme completo por la entrada principal de la escuela.