Acostada en la hamaca de su casa, Rebeca Molina, de 19 años, sostiene con un brazo a su hijo para darle de mamar y con el otro levanta su libro de Español para repasar lo que acaba de ver en clases.
Durante las últimas tres semanas, tal ha sido la rutina de esta estudiante de quinto año del Liceo de Shiroles, en Talamanca, a quien los nervios la carcomen porque cada vez falta menos para las pruebas nacionales de bachillerato.
Ella regresa de su casa todos los días a eso de las 5 p. m. y su hijo, de 2 años, la espera con los brazos abiertos y brincando de la felicidad. Tiene hambre.
“Yo aprovecho que él se queda acostado conmigo en la hamaca casi 45 minutos para estudiar mientras le doy de mamar. No puedo desperdiciar el tiempo porque todavía me falta mucho qué estudiar y ya faltan solo dos semanas para los exámenes”, contó esta madre soltera.
Mientras ella asiste a clases, su mamá le cuida a su hijo.
“En mi casa, después de Dios, lo más importante es el estudio. Si gano bachillerato, espero poder entrar a la Universidad de Costa Rica a estudiar Comercio Exterior”, dijo la joven.
Rebeca vive con su mamá, su papá y su hijo en una vivienda ubicada en Monte Sión de Talamanca. Ella se traslada al liceo gracias a una buseta. El viaje de vuelta a su vivienda, por una carretera de lastre, dura unos 15 minutos en bus. Luego, ella camina otros 20 minutos para llegar hasta su casa, que es la que está más arriba en una pendiente.
En época de lluvia, todo el camino es un barrial. Los botas de hule forman parte del uniforme.
A quemar pestañas. Después de clases, Rebeca aprovecha lo que resta del día para hacer tareas, al tiempo que atiende a su hijo quien se le sube “a caballito” o la acompaña pintando.
“Estudio en las madrugadas. A tan pocos días de los exámenes, me tengo que quemar las pestañas. Pero aún no estoy preparada”, manifestó Molina.
La joven considera que, para estar al 100% necesita más centros, más prácticas o algún tutor. No obstante, en el liceo de Shiroles la infraestructura precaria ha reinado por seis años. Fue hasta hace dos meses que comenzaron las obras para un nuevo liceo.
Para levantar las nuevas instalaciones se necesitó derribar el “aula-rancho” de los quintos años. Entonces, los ocho estudiantes que van a hacer bachillerato este año, se preparan debajo de los árboles mientras algún “aula” se desocupa.