Cuando el sol de mediodía calienta las láminas zinc del cuarto de Guillermo Ulate, en Matina de Limón, el aposento se convierte en un asador con catre, refrigeradora, mecedora y una plantilla de gas para cocinar.
“Esto es mi casa. Es lo que tengo; yo no sé para dónde agarrar. Trabajé en la bananera; mi familia se desentendió de mí y ahora esto es lo que me queda. Aquí voy a morir”, dijo Ulate, de 73 años.
Como en la mayoría de cuarterías, sus otros vecinos comparten con él un baño que mide una tercera parte de los 12 metros cuadrados del área del aposento.
De acuerdo con el Censo Nacional 2011, en la zona rural hay 1.300 personas que habitan en este tipo de asentamientos y Matina es uno de los cantones que tiene mayor cantidad.
En las cuarterías de Limón, los retazos de paredes llevan las marcas de algún dibujo mal trazado, una frase bíblica o un madrazo.
“Ya a uno no le dan trabajo. Yo estoy viejo y sobrevivo apenas con la pensión. Por lo menos no me quejo porque tengo para pagar los ¢50.000 entre lo que me cuesta el cuarto y los recibos de agua y luz, más la comidita”, afirmó Ulate.
El director de Vivienda del Ministerio de Vivienda y Asentamientos Humanos (Mivah), Erick Mata, señaló que en el nuevo plan de acción de la Política Nacional de Vivienda, que oficializará el Poder Ejecutivo, se contempla la reducción del déficit habitacional.
“El nuevo plan tendrá efectos directos en la disminución de este tipo de habitación inadecuada y hacinada, mediante nuevas soluciones habitacionales para estas personas”, aseveró Mata.
Comerciantes informales y peones de bananeras son los inquilinos más comunes en las cuarterías caribeñas, las cuales suman 724 asentamientos en Limón.
“La pared de madera es lo que nos separa, pero yo no conozco a los vecinos”, concluyó Ulate.