Las 13 personas que habitan en Verdeza, Escazú, no solo coinciden en su capacidad de pago para vivir la vejez en las mejores condiciones, sino en su deseo de cambiar de morada ante la soledad en que habitaban.
“Yo soy soltera. Toda mi vida fui enfermera y trabajé por una vejez digna. Aquí me tratan como una reina y puedo hacer lo que quiero. Uno hace nuevos amigos y va a paseos. Es una dicha estar aquí. Es mi nueva casa”, expresó Berna Breneman, una estadounidense de nacimiento que lleva 52 años de vivir en el país.
El modelo que ofrece Verdeza también es un gancho para el turismo médico. Mientras una opción de este tipo puede costar desde $10.000 mensuales (¢5 millones) en Estados Unidos o Europa, el costo en Costa Rica es de la mitad. De hecho, la primera inquilina fue una australiana.
“Me quebré mi brazo. Creí que vivir la vejez no tenía mucho sentido, pero me equivoqué. Cambié de casa y me vine para acá. Me siento joven, camino mejor y tengo ganas de vivir. Aquí no hay una razón para quejarse”, dijo el estadounidense Robert Mackey, quien lleva tres meses en su nueva casa-hotel.
En Verdeza hay un equipo de 45 personas, integrado por médicos, enfermeras, nutricionistas, cocineros y personal de apoyo.
“Aquí hacemos ejercicios, bailamos, hacemos yoga, manualidades, vamos a paseos... Estamos llenos de vida. ¿Quién dijo que la vejez era para estar acostado?”, dijo Beba Lobo, directora de actividades de Verdeza.
Estilo de vida. Para Carmen Rojas, la casa-hotel se convirtió en un lugar para descansar porque en su antigua vivienda había mucho trabajo por hacer como ama de casa.
“Sentía que aún había mucha responsabilidad y uno se cansa. La soledad en la vejez mata y el cambio era necesario. Así que nos vinimos para acá y estoy feliz de la vida”, dijo Rojas. Los inquilinos de Verdeza también pueden ser adultos mayores convalecientes de operaciones.
De acuerdo con el Área de Estadística en Salud de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), el número de estancias de adultos mayores en hospitales públicos ha crecido a un ritmo del 10% anual. Mientras en el 2002 fueron atendidos 430.000 ancianos, la cifra aumentó a 480.000 una década más tarde.