Ammán (El País-Internacional). Asqueada y sin quererlo en realidad, a sus 16 años Reem se casó el 6 de febrero con un saudí de 70 años que le había pagado a su familia algo de dinero por el matrimonio.
Entre lágrimas, su único alivio era anhelar que el marido se cansara pronto de ella, y la repudiara, pidiendo el divorcio. Así sucedió, tras dos meses de convivencia.
La anulación del matrimonio se produjo por teléfono, y ella ni siquiera tuvo que estar presente. Volvió, libre, a su familia. Pero no por mucho tiempo. Ahora la pretende otro saudí, este de 47 años y también dispuesto a pagar.
Ella espera que se vuelva a repetir el ciclo, porque no quiere estar casada con hombres mayores. Pero lo hace, dice con resignación, para que su familia pueda pagar el alquiler y comprar comida.
Son refugiados sirios en Jordania, que huyeron de una guerra que ya dura más de dos años y ha desplazado a 1,5 millones de personas. Muchas de ellas se hallan en la miseria.
Jordania es el país que más refugiados ha recibido de Siria, 532.400, según el Gobierno de Ammán (la agencia de la ONU para los refugiados, Acnur, los cifra en 473.587). De ellos, 382.400 viven fuera de los campos de refugiados, huéspedes incómodos en un país con sus propios problemas económicos, incapaz de absorberlos e integrarlos en su sociedad.
No puede concederles permisos de trabajo, porque el desempleo en el país de acogida es del 12,8%. En situación de necesidad, muchas familias sirias se han visto empujadas a prácticas que en países occidentales lindarían con la trata de menores o la prostitución. Y, aunque en casos como el de Reem existe una licencia de matrimonio de por medio, esta la expide un clérigo, y puede que en alguna instancia tenga valor religioso, pero es totalmente nula de cara a las autoridades jordanas.
“Mi exmarido no me gustaba, no lo niego”, dice Reem, quien prefiere mantener el apellido familiar en secreto. Cubierta por el velo islámico, parece mucho más joven de lo que dice ser.
Algún día espera volver a Siria a casarse con su primo, un joven de 22 años con el que se veía en Homs. “Me tuve que sacrificar para ayudar a mi familia. Mi hermano es pequeño, necesita papilla y pañales”. Asegura que el exmarido la trató bien las primeras seis semanas de matrimonio.
“Decía que me quería, que íbamos a estar casados para siempre”, recuerda, sin esconder su hastío. Luego ella se negó a obedecer a algunas de sus peticiones sexuales.
“Entonces se cansó. Comenzó a gritarme. Me pegó. Finalmente llamó a mi familia para que me recogiera y se marchó de regreso a Arabia Saudí, a Yedá”, dice. Para el divorcio, él se reunió con el clérigo y ambos, por teléfono, le comunicaron a Reem que era libre.
El caso de Reem no es excepcional en Ammán. Su matrimonio fue concertado a través de unas conocidas, que habían probado la misma suerte. Su familia necesitaba dinero, pronto.
En Siria, su padre se había unido al Ejército Libre de Siria para luchar contra el régimen de Bashar al-Asad, pero resultó herido. Hace nueve meses, después de que su casa quedara destrozada en un ataque, decidió abandonar Homs, donde vivía, para cruzar a Jordania, con su mujer y sus cuatro hijos, de entre 2 y 16 años. El exmarido de Reem le había prometido a la familia 2.000 dinares ($ 2.800) por casarse con ella, pero acabó pagando solo la mitad.
“ Es muy triste. Yo nunca me imaginé tener que hacer esto. No es lo que quería para mi hija”, dice la madre, Qamar, de 36 años.
“Aún quiero que se case con su primo, que tenga una boda de verdad, con vestido blanco. Pero la vida aquí es miserable. Le debemos dinero al casero y al supermercado. No podemos trabajar. Es doloroso. Cada noche, su padre y yo lloramos. Hace dos semanas incluso pensamos en volver a Siria, pero nos da miedo”.
Qamar intentó ganar algo de dinero preparando y vendiendo comida desde su casa, pero dice que el negocio no prosperó porque debe cuidar a su marido y al niño más pequeño. Hoy por hoy, la joven Reem es la única fuente de ingresos en su casa.
A los ricos maridos del golfo Pérsico se les llama, en la jerga de las casamenteras, “donantes”. Así se refiere a ellos Hala Alí, de 27 años, también refugiada siria en Ammán. Esta divorciada, madre de tres hijos, cobra 50 dinares por enseñar a las jóvenes a los “donantes”. Si finalmente hay boda, se embolsa 400 dinares. Dependiendo de la edad y el físico, el precio que una familia cobra por una virgen es de hasta 7.000 dinares. Las divorciadas se devalúan en ese mercado hasta un tope de 4.000.
Las autoridades jordanas acudieron recientemente al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para exponer el problema que los refugiados suponen para su población, de 6,1 millones de personas. Traen consigo problemas de salud, como nuevos brotes de tuberculosis, y, en casos como este, prácticas reprobables e incómodas.
“En Jordania, en casos como este, alguien tiene que quejarse para que el Estado pueda actuar”, explica Anmar Al Hmoud, coordinador del comité especial del Gobierno de Jordania para los refugiados sirios.
“Lo que de verdad se necesita aquí es una solución pacífica al conflicto en Siria para que esta gente pueda volver finalmente a sus hogares”, añade.
Esa solución, sin embargo, parece cada día más lejana, con las noticias de violencia y muerte que llegan a diario de Homs y el resto de Siria. En dos años y dos meses de guerra, los muertos son ya más de 80.000. El país se desangra, con los enfrentamientos y el éxodo masivo. “Esto solo se acabará si Bashar cae”, dice Qamar, la madre de Reem. “Entonces volveremos a nuestro país, aunque sea a vivir entre los escombros”.