Roma. Viajó a 11 países de cuatro continentes; escribió una encíclica sobre el ambiente, Laudato Sí , la primera de un papa sobre este tema que preocupa a todos, creyentes y no creyentes.
Inauguró el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, tema central de su pontificado, no en el Vaticano, sino en Bangui, capital de República Centroafricana, excolonia francesa víctima de una guerra civil.
El papa Francisco cerró un año intenso en el que consolidó su liderazgo moral mundial. Su rol diplomático quedó afianzado con el histórico deshielo entre Estados Unidos y Cuba.
Su viaje de setiembre a La Habana y luego a Washington demostraron que, si hay determinación y voluntad, puede funcionar esa cultura del diálogo que pregona desde el día de su elección, el 13 de marzo del 2013.
Puentes, no muros. “Una de las frases favoritas del Papa es que hay que derribar muros y construir puentes. Creo que el viaje a Cuba y Estados Unidos fue una concreción de esta idea fantástica porque ha sido un puente entre dos realidades que no se hablaban. El Pontífice es un gran defensor de la cultura del diálogo y lo está demostrando con hechos”, dice el padre Mariano Fazio, argentino como Jorge Bergoglio y desde hace un año vicario general del Opus Dei.
El deshielo entre Cuba y Estados Unidos –impensable hace dos años– marca claramente ese pasaje de Francisco, el papa de los pobres, a un papel político-diplomático de gran trascendencia en un mundo azotado por lo que el exarzobispo de Buenos Aires considera una “tercera guerra mundial en pedazos”.
“Es increíble que Francisco, el Papa-pastor que más rechazaría la imagen del Papa político-diplomático, finalmente sea el Papa que logra dar estos pasos fundamentales en la escena internacional”, afirma el uruguayo Guzmán Carriquiry Lecour, el laico con el cargo más alto en el Vaticano, secretario de la Pontificia Comisión para América Latina.
“Eso ya estuvo presente en la intuición profética de San Juan Pablo II cuando, caído el muro en la dialéctica Este-Oeste y caído el socialismo real, pensó inmediatamente que entonces tenían que caerse los muros en la dialéctica Norte-Sur. Y qué mejor que el continente americano de gran presencia católica para que esos muros fueran cayendo. Esto del Papa entre Cuba y Estados Unidos de alguna manera prosigue esa intuición profética, dándole la posibilidad a Estados Unidos de hacer una revisión profunda de sus responsabilidades graves con América latina en los últimos 20 años de su política incierta y de descuido del continente, para relanzar la relación, mientras que al mismo tiempo esta reapertura del diálogo trae consigo graduales pero profundas transformaciones en todas las dimensiones de la vida de la nación cubana”, añade.
Ese rol de Papa-diplomático fue más allá de Cuba. Desde la Plaza de la Revolución, el Papa también alentó el fin de otro conflicto que lleva más de 50 años y miles de muertes: el enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Gobierno colombiano.
“Por favor, no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación”, dijo Francisco, en alusión a las negociaciones que se desarrollan en Cuba.
Antes de ir a Cuba y Estados Unidos, el Pontífice visitó Ecuador, Bolivia y Paraguay, en la primera gira a su continente (para la Jornada Mundial de la Juventud), en julio.
“Nos está enseñando a ver que los primeros son los más débiles, los más humildes. Y viajó a tres países que son, ante los ojos humanos, periféricos, pero con una gran riqueza, que es su fe”, señala Fazio.
Hablando de las periferias, el Pontífice cerró su año de viajes internacionales con una gira por Kenia, Uganda y República Centroafricana, la visita más arriesgada de su pontificado. Allí, en otra ruptura con la tradición de la Iglesia católica, se convirtió en el primer Papa que no abre en el Vaticano un año santo. Y también inauguró anticipadamente el Jubileo de la Misericordia abriendo la Puerta Santa de la catedral de Bangui, capital de un país desangrado por la guerra civil.
Jorge Bergoglio, que en Filipinas celebró en enero una misa en medio de un tifón en la isla de Tacloban, castigado un año antes por el huracán Haiyan, enfundado en un poncho de plástico amarillo igual que el que vestía la multitud, volvió a impactar por su estilo humilde, sencillo, simple.En Estados Unidos usó para desplazarse un simple Fiat 500. Y como siempre, se detuvo para acariciar a un discapacitado, a un niño, a una anciana.
Así y más allá de las resistencias de un núcleo duro conservador que lo acusa de populista y le teme a esa Iglesia que no condena sino que acompaña, Bergoglio volvió a insistir en la urgencia de salir a curar a los heridos de hoy, sin excluir a nadie.
Pirámide invertida Para el sacerdote Carlos Galli, de la Comisión Teológica Internacional del Vaticano, es clave el discurso que hizo Francisco para la conmemoración del cincuentenario del Sínodo de Obispos, en octubre, donde por primera vez se discutieron con franqueza temas antes tabú.
“Entonces dijo que la Iglesia debe ser una pirámide invertida: el pueblo arriba, los ministros, obispos y todos los demás en el medio, y el Papa abajo de todo, porque es siervo de los siervos de Dios”, destacó.
“Esa frase, que puede sonar simpática, tiene un sentido profundamente renovador. ¿Por qué? Porque el que conoce la historia de la eclesiología sabe que antes del Concilio Vaticano II la imagen de la Iglesia era piramidal, pero al revés: el pueblo de Dios abajo, los ministros y el Papa en la punta. Esa figura simbólica muestra claramente este giro copernicano de la pirámide invertida, donde todos nos servimos mutuamente”, agrega Galli.
En ese mismo discurso, dirigido a un sínodo marcado por divisiones, Francisco reafirmó su autoridad. Recordó que es el “supremo garante de la obediencia de la Iglesia a la voluntad de Dios”, llamó a reforzar el camino sinodal a través de la escucha del pueblo, a una “saludable descentralización” de la Iglesia y hasta a “la conversión del papado” mismo.
Fueron palabras fuertes, en un año en el que las resistencias a la reforma estructural de la curia romana quedaron más evidentes que nunca en dos libros ( Vía Crucis y Avaricia ), basados en documentación filtrada desde el mismo Vaticano. Pero eso al Papa no le quitó el sueño.
En un 2015 marcado por un estado de alerta mundial por el terrorismo, Francisco se convirtió en el primer Pontífice que hizo subir a un imán a su papamóvil, durante su arriesgada visita a un encalve musulmán de Bangui. Allí fue aclamado no como jefe máximo de la Iglesia católica, sino como líder moral creíble.
Su presencia concreta, más allá de cualquier discurso, significó un mensaje de paz. Un mensaje de esperanza de que las cosas sí pueden cambiar si hay voluntad, determinación, fe, más allá de esa “tercera guerra mundial en pedazos” en curso en este mundo.